La africana (3ª y última parte)

1ª parte: La africana (1ª parte)
2ª parte: La africana (2ª parte)

Jordi y Marta la siguen, mirándola a hurtadillas.

—¿Y si nos la quedamos? —comenta Jordi al vacío—. ¿Tendremos el valor de decirle que es una blanca negra?, ¿o una negra blanca?
—¿Estaremos preparados para enfrentarnos al racismo que nos rodeará? —contesta Marta.
—No podremos fingir toda la vida no ver el color oculto de nuestra hija —dice Jordi sin darse cuenta.
—La has llamado “nuestra hija”, ¿te das cuenta? —le dice Marta.
—No, no me he dado cuenta.
—Si fingimos con ella —contesta Marta—, sufrirá las consecuencias de su color o no-color con todos: con los negros por ser blanca y con los blancos por ser negra.
—Sí, pero es tan bonita. ¿Te fijaste cómo me miró al principio?
—No seas tonto. Realmente ¿crees que podremos luchar contra esos prejuicios?, ¿sabremos educarla para que sepa llevar esa carga?
—Deberemos tratarla de tal forma que se dé cuenta de que lo negro, aunque sea blanca, es parte de ella. Deberemos aprender a sobrellevar sus problemas de identidad de manera que se vuelvan tan naturales como respirar. ¡Anda!, ¡vamos a hablar con la africana!

Se arman de valor y se dirigen hacia donde Niara está mirando a la niña. Unos rayos de sol las iluminan.
*
—¡Hola! —dice Jordi y se queda mudo mirándolas a las dos.
—¡Jordi! —dice Marta dándole un golpe con el codo.
—Sí, sí —balbucea—. Queremos hablar sobre la niña.
—¿Os interesa? —pregunta Niara con sorpresa.
—Quizá, no sé. No es tan fácil —contesta Marta—. ¿Podemos ir a hablar a un sitio más tranquilo?
—¿Por qué no? —dice Niara.

Jordi y Marta ayudan a Niara con la bolsa y la toalla. No se atreven a coger a la niña en brazos y se van los cuatro a un restaurante cercano que la africana les indica.

—Allí, junto a la tienda de bebés —dice Niara.
—¡Vale!, ya nos va bien —contesta Jordi.

Entran en el bar. Niara les indica una mesa que está en el fondo, oculta de curiosos. Se sientan.

—Hola, ¿qué van a tomar? —pregunta el camarero.
—Hola, yo quiero un bocadillo de queso y una Coca Cola —dice Niara.
—¿Y ustedes dos?
—Yo un agua, no tengo hambre —dice Marta.
—Yo también, por favor.
—De acuerdo, en un momento.

Un silencio incómodo sobrevuela la mesa. Se miran y no saben por dónde empezar.

—Esperemos a que nos sirvan —dice Marta—, ¿no os parece?
—Sí, creo que es lo mejor, para que el camarero no nos interrumpa —corrobora Jordi.
—Como queráis —contesta Niara.

Se acerca el camarero y les sirve las botellas de agua, la Coca Cola y el bocadillo. Niara les mira fijamente. Tiene los ojos grandes, oscuros, interrogativos.

—Yo no la quiero y —dice con los ojos vidriosos— vosotros la queréis. Es fácil, yo os la doy y adiós.
—¿Estás bien?, ¿te ocurre algo? —pregunta Jordi.
—¡Jordi, por favor! —dice Marta.
—Nada, es que…pensé que sería más fácil —dice Niara sonándose los mocos.

Los tres se miran inquietos, miran a la niña que juguetea con el tapón de plástico de la botella de agua. Jordi y Marta parecen querer transmitir a Niara con su mirada que la entienden. Nunca un silencio estuvo tan cargado de significado, de comunicación.

—Mira —dice Jordi—, esto no es sencillo. Tenemos que hablar un poco para ver si se puede hacer de forma legal. Además, ¿por qué no la quieres?
—Mirad, si me llevo a Adanna a África, su vida corre peligro porque su piel y sus órganos tienen precio por ser una negra blanca. Los brujos locales utilizan esos órganos como ingredientes para hacer pociones a las que atribuyen poderes mágicos.
—¿Y tus padres?
—Mis padres la rechazan, lo sé, piensan que es hija del diablo y que puede traer la desgracia y el mal a la familia —dice mientras le corren lágrimas por las mejillas.

El bocadillo sigue sobre la mesa. Todos se ponen a beber al mismo tiempo; Niara sorbe agua y lágrimas. Jordi comenta alguna cosa inconveniente. La africana le aprieta las manos en señal de agradecimiento. Marta le mira avergonzada.

—Yo sé de un abogado que gestiona casos como éste —dice Niara—. En nuestra comunidad ya ha pasado antes. Si queréis llamo a mi “hermana” para que me informe.
—Sí, por favor —dice Marta.

La africana saca su móvil y habla con Johari en un idioma que no entienden. De vez en cuando oyen números que parece decirlos en inglés y la palabra euros. Marta y Jordi están agarrotados, tensos, perplejos por la situación en la que se encuentran.

—Me ha dicho que no hay problema. Que todo es muy sencillo, que podemos quedar en su despacho dentro de dos días, pero que necesita mil euros y fotocopias de vuestros carnets de identidad para empezar los trámites y tener todos los papeles listos para cuando vayamos.
—¿Qué hacemos? —se preguntan Jordi y Marta mirándose con cara de asombro.
—¡Cómo! ¿No me habéis entendido?
—Sí, sí —dice Jordi—. Es una forma de hablar. Creo —dice dirigiéndose a Marta— que puedo ir al banco a sacar los mil euros mientras tú vas a fotocopiar nuestros DNIs. Yo te doy mi DNI y tú me das tu tarjeta del banco, porque yo solo no puedo sacar mil euros.
—Un momento —dice la africana secándose una lágrima que seguía bajándole por la mejilla—. Antes coged a Adanna en brazos. Quiero ver si le gustáis.

Jordi y Marta se miran y sonríen. Marta la coge y la niña se aferra a un dedo de su mano.

—¡Mira, Jordi!, le gusto —dice emocionada—. Hola, Anna.
—Déjame acariciarla, yo no me atrevo a cogerla todavía.
—Bueno, me quedo más tranquila —dice la africana—. Parece que hacéis una buena familia. Me quedo aquí comiendo el bocadillo y os espero. No tardéis mucho, por favor.

Son las cuatro de la tarde. El sol se ha escondido, vuelven las nubes. Jordi y Marta salen por la puerta del bar y se van cada uno por su lado. Niara se queda comiendo el bocadillo en el bar y aprovecha para pedir un café con leche y otro bocadillo para llevar. Quince minutos más tarde llega Marta con los DNIs fotocopiados. Mira a Niara en silencio, le da las fotocopias con una sensación de vergüenza por hacer lo que está haciendo: comprar un bebé. Diez minutos más tarde llega Jordi con el dinero.

—¿Seguro, Jordi? —pregunta Marta—. Eres consciente de lo que estamos haciendo, ¿verdad? Estamos comprando un ser humano, nos aprovechamos de la desgracia de esta mujer.
—¡Qué dices! —dice Niara—. Estáis salvando la vida de una desgraciada que acabaría muerta o en algún puticlub. Sois unos santos.
—¡Exacto! —dice Jordi—. Tiene razón, emm… Por cierto, no sabemos tu nombre —pregunta Jordi.
—¿Para qué?, cuanto menos sepáis de mí, mejor para vosotros y para el futuro de Adanna, perdón, de Anna. Para ella habré muerto dentro de dos días y eso es lo único que debéis saber. Os dejo aquí mi número de móvil por si no podéis venir pasado mañana, con eso es suficiente —dice mientras lo escribe en una servilleta y se la entrega a Jordi doblada por la mitad.
—¡Toma! —dice Jordi dándole el sobre con el dinero y se guarda la servilleta entre las páginas del libro que lleva en el bolsillo de la chaqueta.

Ella se lo pone dentro del sostén. Adanna está llorando. Niara se levanta y dice que le tiene que cambiar el pañal.

—Os dejo la bolsa aquí y voy a la tienda de aquí al lado a comprar unos pañales. Esperadme aquí —se levanta, coge a la niña y les da dos besos de agradecimiento.

La ven salir por la puerta, respiran aliviados, se miran, no pueden sonreír a pesar de estar contentos. Niara se gira y hace que Adanna les salude a través del ventanal. Beben un trago de agua para quitarse el sabor amargo que les ha quedado en la boca al saber, en su fuero interno, que están haciendo algo que no es correcto además de ilegal. Jordi pide la cuenta, le sorprende ver que hay un bocadillo extra pero no dice nada. Paga y esperan.

—Perdón, señores, pero hemos de cerrar el bar —dice el camarero.
—Sí, ahora nos marchamos, estamos esperando a nuestra amiga que ha ido a comprar pañales a la tienda de aquí al lado.
—¿La tienda de bebés? —pregunta.
—Sí —contesta Marta.
—Esa tienda no abre los sábados por la tarde, ha cerrado a la una.
—¿Cómo?, ¡no puede ser! Si nos ha dicho que iba a comprar pañales. ¡Llámala al móvil, Jordi! —dice Marta nerviosa.

Jordi saca el libro de Marguerite Duras que lleva en el bolsillo, se le cae, lo recoge y busca la servilleta. La desdobla y se queda pálido.

—Marta, ¡está en blanco!

*Este relato se publicó el año 2019 en el libro ‘Recetas y relatos de un año bisiesto’, editorial Autografía.

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Pues estuvo interesante hasta el final!
Un relato que podría haber sido tan real! Desgraciadamente, esas situaciones todavía se producen en los países que llamamos “el primer mundo”. No hace tantos años, ya en democracia, tuvimos los casos de los bebés robados en el momento del nacimiento. Un asunto increíble que parecía de otras épocas más propicias para ello…
Saludos, compañero!!

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Gracias María.

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Gracias ‘yo’.

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