La africana (1ª parte)

Llueve, hoy ha sido un mal día. Niara está volviendo a casa pronto. Son las 2 de la madrugada y pocos hombres buscan mujeres. Por cada mal día la deuda aumenta y sigue sin tener acceso a su pasaporte. Paco le dijo que no se lo devolverían hasta que no hubiese pagado la totalidad de la deuda, pero los intereses no hacen más que aumentar. Le gusta caminar bajo la lluvia porque así nadie puede ver sus lágrimas.
Llega a su casa compartida, sube con cuidado los estrechos escalones hasta el cuarto piso, abre la puerta y va a la habitación, se quita la ropa y va a la ducha. Necesita limpiarse y quitarse los olores que la asfixian. Las lágrimas recordando a Sephora, su hija de 13 meses ahogada en las costas de Gran Canaria, se mezclan con el chorro de agua. Siempre pasa. La ducha como ritual de desahogo.
Entre la deuda y el dinero que ha de enviar a la familia, no sabe cómo saldrá de esta noria de explotación. En su pueblo creen que trabaja en una peluquería. No alcanza a ver la luz al final del túnel.

				            *

Amanece nublado y un poco lluvioso, uno de esos días en los que no te apetece salir de la cama. Jordi y Marta llegan a la clínica de planificación familiar con diez minutos de antelación a la hora prevista. Mientras esperan en la salita, se miran con ternura y preocupación. Hacen ademán de coger una de las revistas que hay sobre la mesa, pero deciden cogerse de las manos. Aparece una enfermera.

—¿Jordi y Marta? —pregunta.
—Sí, nosotros —contestan al unísono.
—Pasen, por favor.

Una hora más tarde salen de la clínica de planificación familiar con cara de preocupación. Ha llovido mientras estaban dentro.

—¿Cómo lo haremos? —pregunta ella—. Es muy caro. No tenemos 3.000€ para congelar los óvulos. Con la ilusión que me hacía poder ayudar a una personita a avanzar por la vida, a ir asumiendo una forma. Sé que suena raro, pero así lo siento.
—Sí, es raro y caro —contesta Jordi—. Además ese precio no incluye el coste de la medicación ni el de las pruebas complementarias necesarias para iniciar el tratamiento y todo eso no lo cubre la Seguridad Social.
—Lo peor de todo es que tampoco hay seguridad de que funcione porque parece que tú … —a Marta se le escapa involuntariamente la frase.

Van tristes y cogidos de la mano. Se dirigen al mercado. Es sábado y es el día que aprovechan para ir juntos a hacer la compra de la semana.

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Una africana está llorando en la pequeña habitación en la que vive, su hija es blanca. La mira una y otra vez; han pasado varias semanas desde que parió y no se lo puede creer. No la podrá llevar a la casa de su familia en África. ¿Cómo explicarles que no sabe quién es el padre? Si el padre hubiera sido negro, se podría haber inventado alguna historia de que había muerto, de que estaba recluido en un centro de internamiento para extranjeros, o de que estaba en alguna parte de Europa buscando trabajo.
Tampoco ha hecho una fiesta de nacimiento entre sus ‘hermanas’ porque sabe que nadie va a ir. Una niña blanca. ¡Qué vergüenza!

—No te preocupes, Johari —dice su compañera de habitación—, tu hija Adanna nos va a sacar de pobres. Tú fíate de mí, de algo tiene que servir mi nombre, Niara “aquella que tiene grandes propósitos".
—Niara, no te entiendo —contesta entre lágrimas—. Ojalá tengas razón.
—He estado dándole vueltas toda la noche y ya he decidido qué vamos a hacer —dice Niara—. Prepara una bolsa con una muda de recambio, un pañal, un biberón y leche en polvo, coge a la niña y una toalla grande. Te espero en la calle. ¡Date prisa!

Johari atraviesa el comedor cabizbaja entre avergonzada y pensativa, las otras chicas que viven ahí la escrutan al pasar por delante de ellas y, aunque nadie se lo pregunta, dice que va a hacer la compra. Llega a la puerta y sale de la casa dando un portazo.
Ha puesto un poco de valeriana en el biberón de la pequeña para que no despierte y se ponga a llorar. Se encuentra con Niara y se dirigen al mercado de Sant Antoni. Ha llovido. Buscan una espacio amplio por el que pase mucha gente. Lo encuentran junto a las paradas de pescado.

—Ahora, márchate, haz la compra y espérame en casa. No te olvides de comprar alcachofas para la cena. Volveré más tarde con la niña —le dice Niara a Johari.

Niara se queda sola con la niña, extiende la toalla, coloca la bolsa y la niña encima.

—Parece muerta —dice un vendedor de artesanía africana que pasa por ahí.
—No lo está —contesta—. ¡Mira! —le da un cachete y la niña lanza un gemido—. Ahora, vete y déjame sola.
—Ya me voy, pero ¿por qué es blanca? Menuda vergüenza —le dice entre risas burlonas.

(continuará…)

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Muy interesante… Lo seguiré.:heart_eyes::heart_eyes:

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