La africana (2ª parte)

1ª parte: La africana (1ª parte)

Ella lo sabe. Nadie del entorno de Johari va a querer una niña blanca. Su destino ya está echado y ella sabe muy bien lo que va a hacer. Saca el cartel que ha escrito en casa y lo pone delante de la niña: REGALO. Se sienta a esperar. La gente pasa de largo. Miran al bebé y miran el cartel. Horrorizados unos y burlones otros, todos la miran sin saber qué creer.

—¿Será una broma? Debe de haber una cámara oculta para ver nuestras reacciones —comenta una pareja que pasa por delante sin detenerse.

Las personas empiezan a amontonarse alrededor de la niña. Jordi y Marta entre ellas.

—¿La queréis? —dice Niara a la multitud que se ha congregado a su alrededor—. Es de quien la quiera, ¿no lo entendéis? No me la puedo quedar, será una desgraciada conmigo.

Jordi y Marta se miran. La niña duerme. Una ráfaga de olor a pescado les inunda, pero no huele a mar.

—¿Cómo se llama? —pregunta una señora.
—Adanna para mí, Anna para ti, si la quieres.
—¿Por qué la regalas? —pregunta Marta.
—Porque es blanca. Está sana. Si la queréis, decidlo ya. No tengo todo el tiempo del mundo. Ya llevo mucho tiempo aquí.

Las personas que hay alrededor empiezan a moverse. Murmuran, echan miradas de desaprobación y siguen su camino. Solo Jordi y Marta siguen ahí clavados, imantados a esa niña. Les cuesta moverse, pero poco a poco se alejan. Desde la distancia miran a la africana y a la niña.

—¡Qué injusto es el mundo! —comenta Jordi—. ¿Por qué una negra sí y nosotros no?
—Jordi, por favor. ¡Qué comentarios!

Las paradas empiezan a desmontarse. Ha salido el sol. Bullicio de vendedores alegres por ver que la jornada llega a su fin, ruido de carros cargados de hielo y restos de comida circulan con prisa. Jordi y Marta siguen clavados ajenos a todo lo que ocurre a su alrededor, mirando al vacío, mirando hacia donde está sentada la africana con la niña en sus brazos dándole el biberón. Junto a ellos pasa una pareja bien vestida, les adelanta y se para frente a la africana.

—¡Felicidades por la niña! —dice ella y el hombre asiente con una sonrisa—. Una pijoprogre de aquí seguro que habría abortado. Dios te bendiga —dice y tras rebuscar en el bolso le deja un billete—. Es todo lo que tengo a mano.
—¡Qué poco! —dice Niara y se mete los cinco euros en el bolsillo.

Molesta, coge la bolsa y la toalla. Mientras tanto deja la niña sobre el suelo frío y mojado del agua que llega de los puestos de pescado. A Jordi y Marta, que siguen mirándolas, les da un vuelco el corazón. Niara recoge al bebé y sale del mercado. Jordi y Marta la siguen. No se han dicho nada. Actúan como autómatas dirigidos por una fuerza invisible.
Niara mira a Adanna y recuerda cómo la partera la miró varias veces cuando acompañó a Johari en el momento del parto sin dar crédito a sus ojos. No se lo podía creer, incluso con un padre blanco la probabilidad de que el hijo hubiese sido blanco era de una entre un millón. Tanto Niara como Johari se quedaron petrificadas al ver por primera vez a la niña. “¿No se han equivocado? —preguntó Johari a la comadrona”. Una amiga la saca de su ensimismamiento.
—Hola, ya me han dicho lo de la niña —dice la amiga—. Sé de un caso contrario, el de una pareja blanca cuyo hijo es negro. Tras el parto, el padre pidió explicaciones a la madre de la criatura a lo que ella le culpabilizó por “esa adicción tuya a tomar café a todas horas”. El padre comentó que estaba arrepentido por haber dudado de su pareja y que era cierto que últimamente tomaba demasiado café y eso podía haber influido de alguna manera. Los médicos le recomendaron solicitar una prueba de paternidad, pero él se negó apelando a la confianza que tenía en su pareja —siguió diciéndole—. Por eso, si Johari o el padre no hubiesen bebido tanta leche, quizá el bebé no habría salido tan blanco, ¿no crees?

Niara no podía salir de su asombro. Su amiga se lo dice completamente convencida. No hay sombra de duda en su cara.

—Gracias por la información, lo pensaré —dice—, pero tengo prisa. Te dejo —dice con brusquedad y hace ademán de marcharse.
—Adiós —contesta—, y ya sabes dónde me tienes para todo lo que necesites.
—Gracias y adiós. Lo sé.

Se separan, la amiga se aleja y ella se queda sentada en un banco del mercado iluminado por los rayos de sol que ya lucen en el exterior; mira al bebé sin saber qué hacer.

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