1ª parte: ¡Alehop! (1ª parte)
2ª parte: ¡Alehop! (2ª parte)
3ª parte: ¡Alehop! (3ª parte)
Yo no acababa de entender cómo podía haber estado en dos sitios a la vez. Busqué información en foros de parapsicología hasta encontrar una respuesta que me satisfizo. No se lo expliqué a nadie. Sufrí una bilocación, un fenómeno paranormal, según el cual yo habría estado en dos lugares diferentes al mismo tiempo.
La realidad es cruel y se ríe de nosotros, aquí y en el más allá. Los compañeros y compañeras del polideportivo y de mi antiguo trabajo me pidieron que escribiera una nota de recuerdo para leerla en su funeral.
Mientras la preparaba, las sombras de su recuerdo me arrastraron por mi pasado más reciente y me llevaron en silencio en caída libre hasta una sensación de pánico que invadía mi corazón, precisamente a causa de la extraña calma en la que vivía en esos momentos. Me di cuenta, entonces, de lo anodina que llegó a ser su vida; era un don nadie que solo se crecía ante mi presencia. Cuando me manipulaba se sentía poderoso y, como suele ocurrir con el poder, siempre deseaba más. Sus principios morales eran inexistentes; del choque diario con su propia pequeñez, salió cadáver. Él sabía que por sí mismo era incapaz de alcanzar un objetivo, pero su capacidad manipuladora le permitía llegar a su meta gracias a méritos ajenos, los míos. Una ambición que, como la droga, le producía una especie de adicción. Se creía perfecto. Siempre hacía hincapié en mis errores cuando decía algo, ponía de relieve mis defectos y me ridiculizaba con sarcasmo. Después se disculpaba delante de los demás y decía que había sido una broma. Se dedicaba a juzgar a los demás pero no se miraba en el espejo si no era para alabarse a sí mismo. En definitiva, él era mientras yo estuviera delante, me necesitaba para creerse alguien. Al redactar la nota, dejé de odiarle, me acordé del principio de Hanlon: «nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez».
Me dio lástima y eso transmití. He de reconocer que mi venganza fue hacer público el motivo de los dos pequeños tatuajes que llevaba en los lóbulos de las orejas: una L en el izquierdo y una R en el derecho, así no se equivocaba cuando se ponía los auriculares. Lo incineraron y pedí a su familia parte de sus cenizas.
Cuando llevé las cenizas al puente de la autopista se me cayeron a suelo. El recipiente se rompió y no pude tirarlas como es debido. Nervioso recogí lo que pude con las manos y lo esparcí por la barandilla, el resto simplemente lo aparté con el pie y el viento se lo llevó. Ese día, a pesar de que había un cielo azul de esperanza, yo no lo veía así. En ese momento recordé una frase emblemática de Roy en la película Blade Runner: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo».