… Y regreso a la aldea esperando,
tal vez…un último hálito de vida.
Y todo es ya quietud, desamparada y yerta.
Los huertos silenciosos.
Las quejumbrosas casas de piedra desgastada.
La pequeña ermita polvorienta
sin cruces, ni llantos de campanas…
Todo está en calma en esta tarde
de un noviembre extraño y desabrido;
de este otoño…
al otro lado del olvido.
En la desierta plazoleta,
dos acacias recitan en voz baja
un rosario de viejas letanías
abandonadas por el viento.
Bajo su pelada sombra,
una lluvia amarilla de pétalos resecos
y una fuente goteando desaliento.
A su lado –deshabitado- el viejo banco.
Solo hay ausencias en el aire callado de la tarde…
Ni siquiera el dolor.
Ni siquiera la muerte.
Ni siquiera las voces.
Ni el miedo arrinconado…
Ni las vidas, ni las risas…
Ni los niños…
Solo las zarzas espinosas
crujiendo levemente
entre las ruinas de un pasado
que se muere sin remedio.
Las chimeneas, ya no humean;
solo encierran la memoria de la lumbre
y las nieves del invierno.
En el pozo sin brocal,
quedó atrapado el tiempo
(mohoso, envejecido)
y una inquietud intrusa y yerma
se escurre por las tapias derrumbadas de la huerta.
Por los enjutos naranjales, la maleza.
Desesperanza entre las ramas del nogal.
(Las nueces yacen hueras de insólito vacío.)
Cae la tarde. Se alargan las sombras
y enmudecen los ecos.
Y surge el grito, el grito amortiguado,
el grito ahogado y lastimero
de unos muros, preñados de nostalgia
y de recuerdos.
Es la hora del ocaso
y ya no quedan luces que se enciendan…
Tan solo permanecen los rastros invisibles
en las piedras de una calle
por donde no camina nadie.
La luna llena, asoma lentamente
inundando los tejados abatidos
de una muerta y cetrina claridad.
(Colgadas de un balcón,
desvencijado,
panochas de maíz y soledad)
Mañana…
caerá la lluvia mansamente.
Y este paisaje gris de la memoria…
se cubrirá de olvido para siempre.
Foto de mi autoría: Alquería de Las Hurdes. Cáceres.