"Todo era azul delante de aquellos ojos y era
verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
Porque el color hallaba su encarnación primera
dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos."
(Miguel Hernández)
…Y fuiste regalando la vida en tus pinceles
en aquel jardín de ensueño que anhelabas.
Aquel jardín hermoso que pintaste tantas veces
con tus manos generosas, artísticas, cromáticas.
¡La luz…!
¡Esa luz blanca de tus cuadros que te embriaga!
Esa luz mediterránea de tus ojos.
Brillante. Clara. Alba. Diáfana.
Azules nítidos en el cielo y en el mar…
Luz, color, sol, agua…
El fulgor del paraíso lo atrapaste
en el patio de la Acequia de la Alhambra.
Y el embrujo de los patios sevillanos
del Alcázar, lo llevaste hasta tu casa.
Al sol robaste mil matices de bellos claroscuros,
de exquisitas transparencias y reflejos,
de oscura sombra…de refulgente llama
entre el sonido mágico del agua de las fuentes.
Fluidas, hermosas y serenas pinceladas
se deslizan suavemente por tus lienzos,
manchas que roban el alma
de aquellos tres jardines diferentes.
Entre paletas, caballetes y pinceles
una larga enredadera abraza
el pedestal de mármol de una estatua.
Hay macetas de geranios en torno al surtidor
que salpica alegremente los rosales
y llena de frescor las blancas calas,
la adelfas y los verdes arrayanes.
Las rosas amarillas aroman dulcemente
la escalera luminosa de la entrada,
de azules filigranas sus peldaños
con sutiles amarillos y dorados.
Tras la verja, unas manchas de alhelíes,
de verdes madreselvas y jazmines.
Entre los arcos y columnas se percibe
la silueta estilizada de un ciprés.
Deslizándose del cuadro sutilmente…
un aroma penetrante a mirto y a naranjo,
a intenso limonero y a laurel.
Un jardín de ensueño el que creaste…
Y te fuiste, con tu hermosa luz una mañana…
Tu pincel, desmadejado, ya no pinta…
Del rosal amarillo de la entrada,
lánguidamente las rosas se secaron,
no volvieron a brotar.
Luce mustia y apagada, la luz del sol ahora
y finas lágrimas de agua, el surtidor derrama…
Bajo la galería acristalada
el agua de la alberca te añora solitaria.
Hay silencios azules de jacintos
y entre la hierba mojada,
un suspiro verde de lirios y narcisos.
En un rincón, calladamente, aguarda sola
tu butaca de mimbre favorita.
(Resuena la ausencia en la arboleda.)
Y en la penumbra de la pérgola apacible,
se respira el elegante perfume de Clotilde.
Y se adivina…su mano entre las flores.
Su gran pamela blanca, olvidada en una silla.
Sobre la mesa de piedra permanece
un jarrón con doce eternas rosas rojas
…y una carta desgastada en la que asoma
una flor prensada y seca, ya amarilla.
(Este poema, homenaje a Sorolla, fue publicado en el antiguo Poémame en agosto de 2019. Lo vuelvo a subir de nuevo después de algunos retoques.)
Pintura: “Jardín de la Casa Sorolla (el primer jardín)” 1919. Casa Museo Joaquín Sorolla. Madrid.