Están las aguas quietas,
quieta la sombra de los pájaros
la copa rectilínea del ciprés
la luz de la montaña
el río, el puente
el sol
el alma de la fronda.
Las hojas de una ráfaga
se quedan detenidas
en el viento
y el grito…
suspendido de una rama.
Quieto el silencio
en medio de los campos.
Quieta la línea de la tarde
que no avanza hacia el ocaso.
No late el corazón
del cielo.
En los caminos
se detiene
el desconcierto.
Y nosotros…
parados en el borde
–entre el tiempo y el aire–
desorientados
en medio de la arena
y a la espera
–con la lluvia en los ojos–
Nosotros…
gregarios,
refugiados bajo el árbol
milenario
sin saber ni adónde…
…dirigir nuestros pasos.
Nosotros…
inquietos,
rompiendo los días
y la inercia de los miedos.
Abrazados a la utopía
caminaremos.
Que bellos versos, amiga, me he visto reflejado en ellos, en la necesidad de protegerme de esa vulnerabilidad como ser humano, para avanzar esperanzados a través de la utopía, muy filosófico!!!Bssss!!!
Abrazarse a la utopía aún puede ser esperanzador. Algo que nos alienta a seguir a alcanzar aquello lejano. Algo que nos mueve e impide que nos perdamos. Me encanta leerte @mariaprieto
Muchas gracias por tus palabras, Alejandro!! La verdad es que está relacionado con esa realidad distópica que vivimos…desorientados totalmente, sin saber por dónde ir…
Soy de la opinión de que no hay que perseguir quimeras, pero sí me apunto a la utopía, para seguir caminando…
Abrazos, amigo!