VI
El universo cabe en el pico de un colibrí
y su origen puede ser cada momento
que podemos elegir.
Acaso,
en esta dimensión onírica,
ser dueños de nuestro propio sueño,
solo por un rato.
Elegir en un beso génesis y apocalipsis,
pupilas irradiando desde lo insondable
epicentros concéntricos de atracciones.
Cada átomo del aire nos empuja,
queramos o no,
elijamos o no el sentido.
Hervimos cada sol
y nos cuajamos cada luna.
En resonancia con otros diapasones,
por instantes,
afinamos amores
que luego cantan a capela.
Nos enarbola esperanza y ambición,
empuñamos odio y poesía,
envejecemos renegando,
sobreviviendo a puro golpe de olvido.
El verbo que fue hoguera ahora es ceniza.
Reconocer la cara del aire
cuando rueda ondulado en pastizales,
el mismo que desenreda de tu profundo pelo
rizos siderales.
Saber cómo retoza cuando trae llovizna
y se columpia en el ramaje.
Ver su risa resorteando en el follaje.
Somos ventana llorando a nubes en retirada,
recordando la gota del beso aquel
que escurre y muere
entre fragilidades
de boca de cristal
y escurridizos labios de agua.
¿Cómo detener lo amado entre tanta lisura,
si todo escurre,
y nuestras manos son red de hilos de aire?
¿Y que otra cosa puede ser el amor
sino la potencia de la vida,
la proyección al bien y armonía?
Soñar que es real el amor,
que de él venimos y a él vamos,
que sostiene todas las cosas
y trasciende hacia la imposible nada
los eternos instantes
de espíritus enamorados
navegando por siempre
el infinito multiverso.