Camino por mi orilla alta bajo el sol
de mayo,
los pasos se me escurren entre los peñascos.
Mi litoral se extiende…
y el mar allá abajo
enseñando sus dientes entre los escollos,
amenazante…
Y yo, acantilado, elevado,
distante
entre nidos de gaviotas reidoras y crueles
y un pino que se inclina al borde
de un abismo terroso,
anaranjado.
Me empuja la brisa por detrás,
peligrosamente cercana…
miro hacia arriba.
Y para no caer
el vértigo deshago y lo lanzo a las nubes
tan blancas, tan orondas, tan dichosas.
Camino y camino…y a lo lejos
se incendia el agua
en crudos aguafuertes que ciegan mis ojos.
Es el sol, que embriagado de poder
extiende sus brazos y derrama,
presuntuoso,
sus rayos de oro antes de morir.
Dos barcos se aproximan
por las aguas serenas, desplegadas sus velas.
Y yo,
soy una ría que navega hacia adentro,
hacia atrás,
hacia tierras de cobre y recuerdos antiguos
atrapados en un tiempo lejano y difuso.
Litoral de marisma azul y salada
me recorre por dentro y voy al revés
de mis días imposibles, de dunas inmóviles
cuajadas de olvidos amarillos y espinosos matorrales.
Soy costa callada
que a veces soporta temporales.
Las olas me agreden…me resisto.
Y luego…soy playa, larga y arenosa
desnudando mis ojos en la marea baja,
buscando una cala abrigada
y escondida de mí,
una gruta que me ampare de la tempestad.
Costa abrupta, costa soy
y me erosiona el viento…
Y desgastada, al ocaso aparezco
desierta.
Como en un espejismo frente al mar…
me disuelvo
entre islotes desgajados de la isla mayor
donde permanece mi memoria
ya fragmentada.
Y soy litoral esparcido por la arena del tiempo.
Las olas impactan sobre mis escollos,
los rompen…
…soy tan solo, espuma blanca.
Mayo 2021
Pintura: ”Mar de Jávea”. Joaquín Sorolla