Nos divide en versos una estrella,
nos separa una cantera;
de amaneceres defectuosos,
de sus corrientes enfangadas,
porque andan locos
sin nosotros.
Nos arranca en trozos lo triste,
de ver morir la oportunidad sin huellas;
nos gobierna el antojo,
porque la noche es nuestra cama,
nuestra cómplice abandonada.
Porque tú y yo lo sabemos,
porque no sonaron,
las trompetas del invierno.
Nos obliga la bulla,
de la gente que no ama,
somos piezas dispersas,
de una máquina estacionada;
En el portón de los tiempos,
en la cátedra de lo eterno,
en “que no canses los brazos”,
en “que tú y yo nos juremos”.
Asirnos de un planeta virgen,
con nuestros cuerpos, de cero,
siempre… soles de invierno,
siempre… la hierba sin hielo;
Porque las trompetas del invierno
no sonaron,
se escondieron.
Las tres puntas del trébol,
sin caer; todo el año;
hemerocalis, baobab y tulipanes,
en todo espacio;
de nosotros y del tiempo.
Un mundo, “sin rotos”,
solo tú, solo yo;
sin más tedio.