La vía pública trata de amalgamar a la sociedad, homogeneizarla, diluirla, romper los estatus. Es el ágora donde cada uno saca a ejercitar su prejuicio o su arte, como a pasear su mascota. Allí nos apropiamos de la multitud y ella de nosotros. Aunque hay piedras que se oponen, es un río que erosiona hasta que abre cauce pleno.
Encontramos ensamble y molde. Muchas veces, al llegar a un nuevo lugar, notamos que flota en el ambiente hostilidad o nobleza, olores de historia se aspiran, antiguos arquitectos te miran con la fachada de los edificios. Museo de las voluntades.
El pozo donde caemos o el trampolín impulsor. Lugar donde juegas tu broma. Donde olisqueamos la exhalación de nuestra especie. Contrapeso compensador de nuestra irrealidad. Aparador gigante donde salemos a exhibirnos. Sitio usado como medio o como fin.
Absorto en este rincón del portal, veo ese devenir social en este preciso momento. La gente camina revuelta en las calles y plazas, con frenesí inexplicable, como cuando dejas al descubierto un nido de hormigas al levantar una piedra.
La historia es una serpiente mítica que esconde la cabeza en el subsuelo de la humanidad y solo asoma la cola cuando avanza, por eso podemos saber de dónde viene, pero no a donde va.
Yo encuentro estratégico este rincón, acorazado por hedor a orines y papeles arrugados. Sosegado aquí, en este anticuado y sereno portal, veo la cola a la gente, a esas pequeñas historias deambulantes. Puedo afirmar qué hay buenas y malas colas. De su cabeza no puedo afirmar nada.
Dicen que estoy loco. Que lascivo y de mirada huidiza. Que soy piedra en este río. Las personas voltean la mirada y tapan su nariz cuando su caminar fortuito desemboca en mi coto de poder.
Los conozco a todos, incluso a aquellos que frente a mi, sin darse cuenta, por las noches sacan a pasear a los perros de la maldad. Y entonces tengo mucho miedo de ese río de aguas cenagosas.
Pero otras veces, en soledad, dialogo plácidamente con fantasmas, con voces atoradas en atrios y aleros que se descuelgan como arañas a platicar conmigo, le digo adiós a pasos intrépidos y firmes. Me enamoro de esas manos que trepan edificando catedrales, las que cincelan canteras y bajorrelieves.
Veo ese mundo invisible, terrible y bello a la vez. El tiempo para mi es un paisaje, un video manipulable, un acordeón interpretando polkas y valses de la vida. Hay personas que traen sombra, pero hay otras que portan luz.
No es fácil ser loco. Loco de portal, de la vía pública.