En la madrugada,
cuando la ausencia es vigilia,
soledad que descobija,
parecen oírse lejanos, roncos,
largos silbidos de días que zarpan
en el muelle del tiempo,
barcos donde agita tristezas tu mirada.
¡Cuántos besos amotinándose en tu partida!
¡Cuánta congoja oprimiendo el pecho a las promesas!
La anhelada calidez
se ha hecho escarcha entre las uñas
y me han temblado los pies
sobre tu huella distante.
Hemos sido viajeros sinrazonados,
ráfagas de aire buscando sus pájaros,
agua quejándose en cauces cerrados,
aurora buscando mañanas,
palabra huérfana
ofrecida en adopción a la madre poesía.
Voy a entregarme al océano,
sempiterno en los crepúsculos
de un sol en desahucio.
Ya no me basta ser recuerdo,
altar encendido,
brisa doblando pensamientos,
simulacro recreando hechos,
injerto de corazón en otros tallos.
Excúsame, amor,
si ahora nado entre el cardumen,
si vuelo a lomos de un albatros que grita tu nombre.
Quiero estar allí,
en la migración de besos
al santuario donde anidaron felices.
Tanta nube en los ojos,
tanto mar a las espaldas,
y solo éramos islas esperando su náufrago…