Otra vez, al fondo y a lo profundo, de este pozo tan hondo, otra vez. . . me encuentro otra vez. Hay un león, de desordenada melena y aguda y profunda mirada.
No es una mirada salvaje, es quizás una triste, derrotista y hasta extraviada.
[tan, pero tan similar, a la que últimamente, el espejo me escupe en su reflejo]
El león me mira, como con desprecio y sin apetito quizás. Mas igual, se abalanza hacia mí, y en menos de lo que canta un gallo, lo tengo encima. Siento la opresión de toneladas de salvajismo crudo y natural.
Sus zarpazos, sus dentelladas, son instintivamente certeras. Desgarra mi carne a su antojo. El piso es un reguero desastroso de vísceras, sangre y tejidos. Y el león, mastica y mastica, y vuelve a masticar, con abúlico y apático desgano.
Yo, miro al león, desde su aciaga y certera mirada. Y el león me mira a mí, desde lo profundo de mis mustios ojos.
Y yo devoro al león y escupo al piso todos los pelos de su desordenada melena.
Y no queda ya nada: ni miedos, ni valentía, ni sueños, ni frustraciones, ni pasado, ni futuro. No queda el león, ni quedo yo . . .
Y una vez más,
me he engullido a mí mismo,
en lo profundo.
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Poesía de Alejandro Cárdenas
Composición de prosa poética rematada en un Senryu japonés