Érase una vez…
Una hermosa Luna de Creciente,
con pecho de sonrisa
hecho de pan,
de carne y de acero
que a divertirse viene,
entre las nubes,
mientras espera,
curiosa,
al travieso viento limonero.
El viento al verla,
torna en brisa suave,
delicada y sutil,
se acerca lentamente
a lo nublado,
y tomando a la Luna
de la mano
a jugar le invita
con ademán gentil…
¡Que alegría de mar,
de campo y de cielo!
La risa cantarina
del viento juguetón.
La sonrisa de Luna
sin claridad nublada.
¡Corrían y corrían,
su lámpara encendida,
inocentes de todo,
sin reparar en nada!
Por un tiempo,
celosas las nubes asombradas
entonando una canción
se fueron esfumando.
¿Qué más podían hacer? —decían
¡Si la luna enamoraba con su canto!
Más…
la nostalgia un día,
los tomó en su brazos
y ya nunca más
hablaron de amor.
La ternura del viento
se quebró de dudas.
Se les fueron las risas
y los cimbró el dolor.
Ya no quiso Luna
seguir jugando
y a la casa amorosa
de sus nubes regresó.
Cuando viento pasa
perdiéndose en la distancia,
susurra Luna,
muy quedo,
un “padrenuestro” de dulces
que se hizo canción…
"Con la ternura del viento
te haré un rosario marino
para bendecir el camino
que van dejando tus besos".
Y esta fue la historia de la Luna Enamorada.
Fin.