(A la Sierra de Aracena, Huelva)
Con las primeras lluvias de noviembre, regreso a la Sierra. Me recibe una hermosa sinfonía de colores: ocres otoñales, rojos madroños y negras moras; esféricos naranjas de caquis y granadas, verde en los helechos…y un tapiz rojizo y ámbar que recubre el humus donde duermen los sueños. Un breve silencio, que se agota, se ve interrumpido por la lluvia crujiente y amarilla que despierta a los esqueléticos castaños arropados por las nieblas de la mañana.
Llaneando, sutil, como frágil canción de transparencias delicadas, escucho el murmullo de las fuentes, los arroyos y las lievas, con su danza de hojas sobre el agua. Trinos y aleteos invisibles se acurrucan en los sotos de ribera, entre las ramas casi desnudas de los chopos, ya agotadas por el verano reciente. Y el quejido del viento, silbando por cerros y collados, me trae el sordo lamento del agua derramándose gota a gota, en la honda soledad de oscuras grutas. Un aroma atávico a cálida humedad me envuelve en alguno de sus mágicos y telúricos rincones…es el aliento de Madre Tierra que me abraza.
Orillando los senderos, regreso feliz, escoltada por recias y mudas paredes cubiertas ya de su esponja de musgo. Entre sus piedras, tiemblan aún palabras pronunciadas por lejanos caminantes del tiempo, asidas a esta enmarañada bóveda vegetal que, irremediablemente, me atrapa y me hechiza para siempre…
Canto de otoño
llueve en bosque amarillo.
Danza cromática.
Junio 2021
Haibun tradicional rematado con un hokku. Realizado en el Taller “Haru no mizu” de Poémame.
(Las lievas son canales destinados a la conducción de agua para el regadío de los huertos en esta sierra).
Mi foto: Río Caliente. Sierra de Aracena.