Tras tropezar,
una y mil veces
con el silencio del mar
comprendí,
que la cadencia de sus olas
no sollozaban mi nombre,
ni extendían sus espumas
con la algarabía de sus bailes
para correr y abrazarme
en el regazo de sus orillas
esta vez, rehuían
del influjo de mis mareas
Pero ¡no!,
no despeinaré sus aguas
dividiendo sus cabellos
mientras empapo al mundo
con mis lluvias,
ni tejeré la tabla
de los diez mandamientos
flagelando penitencias,
simplemente
restaré mis huellas
esas huellas de mis huesos
que sumé a la calidez
de sus pieles tostadas
y me iré,
al igual que se alejan
las tormentas de verano
arrastrando,
hasta desvanecerse
con ese último gemido
el eco de sus lágrimas
Muchas ganas gracias amiga, por tu bella lectura y es que en mi caso como admiro al mar de tarde en tarde, siempre te recreas cuando lo tienes cerca!!!
Muchas gracias amiga, me alegra que te haya gustado, aunque te confieso que las tormentas nocturnas me dan un poco de miedo y más si es en el campo, jjjj!!!
Me alegro poeta, perfecta lectura, cuando un sentimiento se va o no es posible, aunque arrastres tu pena o llanto hay que irse en paz sin hacer sangre!!! Muchas gracias, abrazos!!!
Dicen que después de la tormenta viene la calma. Pero mientras dura la tormenta sus pesares nos acongoja y nos sumerge en la tristeza y la soledad.
Tus versos inundados de melancolía y pesar hacen de tu poema un retrato de la desesperanza.
Bello y encantador !
Abrazos cariñosos, Ana María!