Soledad que rehúyo,
soledad que no evito
tras un frágil escudo
de pantallas y libros;
mas temprano la busco,
soledad que me arrimo,
bajo sombra de arbusto
y en las letras que escribo.
Elevada cual muro,
inmutable destino,
me separa del humo
de los rostros que visto;
sin embargo la lucho
y la atrapo y la mimo,
pues me trae aire puro
que en silencio respiro.
Soledad, hueso duro
cuando yo no he elegido,
soledad, dulce fruto
cuando al punto la ansío;
y si a veces me escurro
porque siento que expiro,
otras tantas me curo
porque en ella distingo.
Soledad que refuto
y que a veces concito,
soledad que ya burlo,
desde fuera te miro;
desde el vasto conjunto
donde siempre he vivido,
pues soy parte del mundo
y a sus voces remito.
Soledad que rehúso,
soledad que no esquivo…
mucho menos con trucos
de vapores y vinos;
pero pronto sucumbo,
y perdón si repito,
a su lento discurso
donde nace mi ritmo.
Realidad sin tapujos,
como arriba ya digo,
que se abraza cual nudo
a las cosas que vivo;
mas la llamo y la ocupo
y la escucho y la sigo,
que su aliento profundo
es trinchera ante el ruido.
Soledad, cielo oscuro
cuando yo no la exijo,
soledad, sol desnudo
de verano si pido;
y aunque a veces me abrumo
al mirarme en su abismo,
otras tantas descubro
libertades que libo.
Soledad que bien urjo
y que a veces olvido,
soledad que ya acudo,
desde dentro te grito;
desde el vientre vetusto
del que nunca he salido,
pues soy solo en el mundo
y en las mismas me extingo.