Muchacha que yo era
asomando a la vida en mi ventana…
Dejé atrás a aquella niña que se fue,
la que inventaba paraísos con las piedras
y se bebía rayos de sol en el desván,
deshilachando fantasías
en las claras mañanas de verano.
Y atravesé las lindes de la infancia.
Y aspiré con ansia el flamante perfume
de los días venideros
cruzando de una orilla a la otra orilla,
sin rosas blancas extendidas
en el pretil del puente.
Y seguí la corriente aguas abajo,
serena a veces, a veces tumultuosa.
Trepando por laderas escarpadas
y espinosas
añorando, de aguas arriba, la corriente
de los primeros años.
Endulcé mi boca con la savia
de los vientos que soplaban a favor.
Con cien hormigas paseando
por mi estómago
y volándome por dentro…
un millar de mariposas.
Tropezando con murallas
imposibles de salvar,
me elevé, leve y ligera,
soñando aire entre las nubes;
dándoles formas inconexas
con las hermosas palabras
de antiguos versos que atrapé
desperdigados
entre los viejos libros.
Y esos versos se hicieron más que míos…
definiendo, derritiendo
mi dolor, mi pena, mi alegría,
mis dudas, mis miedos, mis batallas…
Caminé con los pies chapoteando
por el barro,
ya metida de lleno entre los charcos,
persiguiendo quimeras y utopías,
soñando en alcanzar el universo
en un poema.
Decididamente ya perdida…
en el poético rumor de las estrellas
y en las estelas perfumadas de los astros.
Deslizándome en el tiempo
ahora navego por mares serenos o agitados,
por estepas, desiertos o vergeles
entre el viento y los espinos,
entre sombras y velas desgastadas.
Pero dejé encendida
una hermosa luz en la mirada
alumbrándome las noches
como un faro.
Y miro hacia arriba la corriente de la vida.
Pero no hay huellas ni rastros en el agua.
(Sí en el aire, en la distancia…)
Se fue perdiendo el rumbo de la tarde
entre viejas montañas y el humo del recuerdo.
Y ahora, para ver si no naufrago
y muero…cada día,
dibujo eternos horizontes de esperanza.
Y voy aguas abajo, no muy lejos,
abriendo los ojos, aún, ante el asombro
de las mañanas nuevas y de los nuevos retos.
Mirando cómo tiemblan las gotas
de rocío en la hoja verde
o contemplando la parábola
celeste e invisible
del vuelo de las aves.
Ya no quiero conquistar el universo
poniéndome a su altura.
Ahora dibujo con palabras las estrellas.
Y ese universo ignoto,
inalcanzable,
escrito lo tengo entre mis manos;
comprimido entre paredes de papel,
de tinta y letras.
Aún saboreo savia dulce entre mis labios
y savia viva aún corre por mis venas.
La piel la tengo ya curtida,
ya dorada por el sol, la sal, la brisa atlántica
que atraviesa mis mañanas.
Y aún me quedan algunas mariposas
que me vuelan por dentro.
Aunque a veces, me apriete
y me muerda la nostalgia.
Aunque a veces, se me abran y me sangren las heridas.
Aunque, a ratos,
me pierda por rincones oscuros
y callados.
Aunque a veces los caminos
estén hechos de olvido.
Ahora quiero vivir el día a día
fluyendo en ese lento
discurrir del río
que se acerca suave
y llanamente
al curso bajo del ahora,
del auténtico presente.
Y beberme la vida sorbo a sorbo…
(Poema retocado y publicado en el otro Poémame en marzo de 2019.)
Pintura: “Muchacha a la ventana” (Copia del original de Salvador Dalí, un regalo para mí realizado por mi amiga y compañera Juana Salas)