Era el año 1995, la emoción se agolpaba en el pecho, la emoción del primer día de nuestra carrera universitaria, ese día no resultó tan malo puesto que había muchos compañeros de la preparatoria que ahora de nueva cuenta estaríamos juntos ya en el último escalón de nuestra vida escolar.
De inmediato formamos los clásicos grupos y por primera vez no quise que mi lugar estuviera al frente del pizarrón, sino que huí al fondo del salón, cerca de la ventana en dónde podía ver el patio y el sol asomando por las rendijas, ahí saludé a mi amiga de la preparatoria.
-Hola Raquel.
-¿Qué hay de nuevo? Contestó ella.
Mientras nos poníamos al día de las novedades coloque mi mochila encima de la butaca vacía a un lado de la mía “así nadie se va a sentar” - pensé -
Más de repente escuché una voz muy varonil y alegre.
-¿Me puedo sentar? Señalando la silla ocupada por mi mochila, al volver la vista me encontré con un chico alto, delgado, de tez blanca, la cual resaltaba lo negro de su cabello rizado y su bigote, después de pensarlo unos segundos hice una mueca y de mala gana quite mi mochila y seguí la plática con Raquel.
-Hola, soy Edgar - De nuevo esa voz.
Más por obligación que por gusto volví el rostro y estiré mi mano para devolver el saludo.
-Soy Ivonne- contesté.
En ese instante no supe lo importante que seríamos uno para el otro.
Pero a partir de ese día mi mochila apartaba su lugar, su lugar junto a mí, siempre junto a mí, siempre a mi derecha y así fue por los siguientes !cinco años!.
Pasaron los meses y nuestra amistad creció día a día, reíamos, entrenábamos juntos fútbol, hacíamos tareas en equipo y siempre nos escapábamos el primer día de clases de cada semestre, pero nunca por ser irresponsables, más bien éramos muy católicos y ese primer día íbamos a rezar a la iglesia para tener un buen semestre.
Él, fue creciendo en el deporte hasta ser uno de los mejores delanteros de la selección de la universidad, con el maravilloso número once en su dorsal, y yo no me perdía uno solo de sus juegos y en más de una ocasión sus dedicatorias de gol fueron para mí, si, ese chico salvaje en el campo de fútbol era un dulce cuando de mi cumpleaños se trataba.
Ese chico de ojos color miel era mío y yo de él, aunque nuestra complicidad pocos la entendían, nunca tuvimos etiquetas, pero el cariño y amor eran más que evidentes.
Un día me dijo:
- !Ven, te voy a enseñar a manejar ! por fin tengo mi propio auto.
Señalando una caribe color rosa, !Si, rosa!
Yo no paraba de reír.
-¿Es en serio? ¿Rosa?
-Si, a poco no está chido, seré el único con un auto de ese color y podrás reconocerlo en cualquier lugar.
Así era él, despreocupado del que dirán.
-Anda, ven - me sonrió tomándome de la mano, subimos y con música del Buki, Maricela y un tal José Alfredo se nos pasaban las horas.
Disfrutábamos tanto de esos momentos, juntos, solo nosotros y nuestros sueños.
-Sabes, chaparrita -
Si, desde hace mucho tiempo, había dejado de ser Ivonne para convertirme en su chaparrita.
-Vamos a cantar, esta es nuestra canción.
“Eres lo que a mi vida, le ha dado todo eres sensacional”
-Es tu turno- dijo mientras me pasaba el control del autoestereo simulando un micrófono.
“Y tú con tu ternura, me has enseñado a sentir, lo que es el verdadero amor”
Ambos cantamos el estribillo
“Porque tomados de la mano, no hay nada en el mundo igual, siempre seremos la pareja ideal”
Recién termino lo canción y muy serio con esos ojos color miel me miró y dijo:
-Te prometo que siempre estaremos juntos, nos haremos viejitos, te seguiré cantando y haciendo rabiar.
-Vaya promesa la tuya- sonreí y me perdí en sus brazos.
Él, era ese chico que siempre creí que iluminaba a su paso el salón de clases al entrar; pero, estaba equivocada, él solo iluminaba mi mundo entero, él sentado a mi derecha, el chico que escribía notitas de amor en inglés en las orillas de mis libretas.
Él, el chico popular, el capitán del equipo de fútbol y yo la chica del cuadro de honor, no existía confidencia alguna que al oído no me contará, sus cumpleaños conmigo primero celebraba y no hubo Navidad alguna que lejos de mí, él pasara, con abrazos, chocolates y regalos esos días él alegraba.
Así era él, el chico de ojos color miel.
Ahora después de 27 años, ya no juega fútbol pero disfruta entrenando al equipo de soccer de su hijo mayor, seguimos celebrando nuestros cumpleaños y cada Navidad guardamos bajo el árbol un regalo para cada uno, en su bigote y barba ya asoman varios pares de canas, pero la alegría en su voz y en ese par de ojos color miel sigue igual … igual que el primer día en que lo conocí.
Imagen extraída de Google
Con cariño para mi gran amigo de toda la vida, que está pasando por una situación de salud muy fuerte!!! Para iluminarle sus días