Nace un océano
en la boca mundana de un río
cuyos brazos arenosos curva,
meciendo fértil su corriente ancha.
Exubera la vida nutrida:
cáscaras, plumas, branquias, pezuñas
en fusiones saladas y dulces.
De orillas por lunas mareadas
nacen claros los días de Huelva.
Y me acerco a sus marismas
en silencio religioso,
de paz lleno el santuario
de los pinos.
De ámbar y verdeazules
son mis ojos, con la arena,
con los juncos, con el agua.
Un aleteo agita la calma,
zancos delicados se recogen,
nube rosada de Aurora vuela.
A vista de pájaro se aprecia
el arco litoral que dibuja
como espléndida sonrisa atlántica
la Costa de la Luz.
Acantilados naranjas
y playas de Mazagón;
la Torre del Loro sueña
media luna e infinitos horizontes
de piratas berberiscos.
Y entre dunas de un mar verde
el viento reza una salve
por el cerro de los Ánsares
que amortiguan las arenas.
Playas vacías de Doñana,
dos cervatillos retozan,
se refrescan
en sus aguas luminosas.
Sobre un liviano altozano,
Moguer asoma,
como pañuelo al viento…
“¡…una blanca maravilla,
la luz con el tiempo dentro!"
A pesar de la altura, precisa,
distinguida y nítida una huella
indeleble se ve en sus caminos
blandos y alomados. Clorofila,
silicio, herradura y algodón.
Llenas van las alforjas de letras
cosechadas en sus tierras.
Atardece…se ve, blanca,
la silueta colombina de La Rábida.
Piel cobriza sobre el Tinto,
de una sierpe anaranjada,
vino oscuro.
Con la sed de las salinas
(oro y fuego en los naranjos)
el Odiel va rezagado
y se retuerce en sus meandros.
Mirador en el Conquero.
Y por el puerto
gaviotas se balancean
entre olas blanquecinas
y un quejío, rompe el aire y la marea,
por los muelles
suena un fandango de Huelva.
En la flecha de El Rompido
barcos de vela
y gaviotas en su orilla marinera.
Los flamencos…por la ría,
marejada en Punta Umbría.
Se abren paso a surcos en las olas
los coquineros con sus rastrillos.
Al sobrevolar Isla Cristina
se escuchan compases de febrero,
versos del Coro de los Cosacos,
entonada tradición festiva
con la que se alegran los inviernos.
El Guadiana, dorado y escurridizo,
vierte sus aguas fluviales
hacia poniente, a lo lejos…
Luce al horizonte ya tardío
el sol, como abrasada frontera
busca las aguas que hablan dos lenguas.
A la par de los tonos, la nube
desciende entre sus cálidos rayos
para posarse en Isla Canela.
Siluetas interrogantes cubren
de la orilla, las frescas arenas.
Cae la tarde,
duermen las aves.
Nace un poema.
“Cuando yo era el niño Dios,
era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla;
la luz con el tiempo dentro.”
(Juan R. Jiménez)
Foto propia: Dunas del Asperillo, Espacio Natural de Doñana, Huelva