Yoya

Nota sobre éste, mi primer intento de crónica:
Realmente no soy ducho en gramática, nunca la estudié a pesar de cuánto me han gustado siempre las letras. La vida y mis quehaceres como cubano de nuestro tiempo me llevaron insoslayablemente por rumbos incompatibles con las letras. No me pesa, porque cuanto hice fue con amor y creo haberlo hecho bien.
A la lectura debo, sin lugar a dudas, el hecho de poseer ciertas facilidades al escribir, porque aunque imperceptiblemente, cada libro que se lee deja huellas y aporta conocimientos además de placer, ampliando nuestro dominio de palabras, significados e incluso, sentimientos. Nos prepara mejor para entender, apreciar y fortalecernos ante las circunstancias que durante nuestro paso por el tiempo debemos afrontar.
De cuando era pequeño, recuerdo la expresión: “Matar enanos”, en alusión a poder realizar algo que siempre se soñó mucho tiempo después. Pues bien, no me siento frustrado porque ahora, después de viejo y jubilado, es que estoy “matando mis enanos literarios”:

Yoya: Así se resumen sus apelativos. Menuda como su mote, es su apariencia frágil cual mariposa. Pero… encierra tanta fortaleza física y espiritual, que sumadas al abanico de cualidades que airean las calles del pueblo cuando pasa, se ha tornado en objetivo de muchos que siguen sus huellas de buenas influencias.
Es un siglo con cuerpo de mujer, una ristra de años bien trenzados que conservan el mismo aroma infanto-juvenil que aún exhala en la envidiable senectud.
Con su andar, como alado, al pasar o detenerse, la saludan todos con cariño, y grácil, les corresponde. Siempre provoca comentarios entre quienes la siguen con la mirada…
-–Parece increíble, pero… ¡ahí va Yoya! –Dicen unos.
–Por ella no pasa el tiempo –Aseguran otros.
¡Y tienen razón! Pareciera que los años no le pesaran, o no le importen. Nunca los cumple….
– ¿Para qué?, si no sé ni cuántos son. –Me responde sonriente –De que los tengo, los tengo y nos llevamos bien.
Con la curiosidad que provocan los asombros, no he podido sustraerme a los impulsos por descubrir los misterios que han mantenido, como en urna de cristal blindado… sus neuronas, tierna sonrisa, carácter afable, férrea salud y excelente memoria; aunque:
–No en mí todo está bueno –Me dijo sin inquietarse –De hace un tiempo a esta parte… no oigo bien.
Hurgando entre amistades, algunas tan longevas y de ambos géneros, con las que compartió infancia, adolescencia y adultez; coincidentes afirman:
Salvo uno que otro resfriado u oportunista virus común que ha sabido eliminar con mañas propias, no ha sufrido enfermedades. ¿Hospitales? Solo a visitar o acompañar enfermos. Desde muy pequeña fue siempre solidaria, buena amiga, mesurada y solícita consejera. Bautizada y fiel creyente iba a la iglesia a cada evento y procesión. Todavía lo hace. Como toda niña, aún sin dejar los juguetes flotó entre humos de ilusión, por los campos de la fantasía. Creciendo amó y pudo descubrir después, que la vida es distinta a las creaciones de sueños dorados de besos sin treguas, de amores sin escalas en los paraderos del diario vivir. La abandonó el primero y al segundo se dedicó con devoción hasta ser separados por la muerte.
Continúa desbrozando dificultades. Las mismas de hombres y mujeres de nuestra sociedad, con el mismo sentido patrio que abrazó y compartió laborando por más de cuarenta años. Después de convivir en pareja por muchos años, ella y Alfredo tuvieron el honor de ser el primero de los matrimonios colectivos celebrado por Los Círculos de Abuelos. Se graduó en la Universidad del Adulto Mayor a los noventa años de edad… y con orgullo conserva su diploma.
A fines de mayo pasado, al cruzarnos le vi el brazo izquierdo en cabestrillo:
– ¡Pero…, Yoya! ¿Qué le pasó? –Le dije al saludarla con un beso y mi mano sobre su hombro derecho como si con ello la aliviara en algo.
–Nada… –Me respondió –Como cada domingo temprano en la mañana iba para el estanquillo del parque a esperar el periódico, en la acera había unos obstáculos de basuras, di un traspiés, me caí… ¡Y ya vez! –concluyó con pesadumbre.
Se me antojó paloma con el ala rota y me causó tristeza. Más tarde supe que sufrió fractura en la clavícula izquierda (Cabeza del húmero) y que no la enyesaron para evitarle daños en la fina y magullada piel.
–Lo de Yoya no son huesos, son cabillas –Me dijo en broma una amiga común celebrando que solo dos meses después, ya hace de todo , incluso lava y afirma que en Septiembre se incorporará de nuevo a los ejercicios en El Circulo de Abuelos.
Su carnet de identidad refiere que nació el 22 de julio de 1918, aunque confiesa haber nacido el 29 de junio de ese propio año. Vive sola, hace todos los quehaceres y mandados. Cada domingo en horas de la mañana se sienta en el mismo banco del parque, detrás del estanquillo, para leer el periódico “Tribuna de la Habana” y enterarse de la “distribución de productos”. Se interesa por las noticias de la ciudad.
—Las internacionales no me gustan… —me dice —¡Este mundo está muy loco!
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@Saltamontes (05/12/2018)

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