¡Ya se acabó el verano!
Dicen los viejos que lo dice el viento,
que tras los montes sopla
esta mañana más limpio y más fresco.
Algunas nubes blancas
de la tormenta de ayer son recuerdo,
alivio del agosto,
y aunque los campos siguen polvorientos
-tan seca está la tierra que ya llueve,
ya vuelve el agua al cielo-
verdea el castañar y brillan negras
las moras que bordean los senderos.
En el prado algunos quitameriendas
púrpura han brotado, y a los insectos
los charcos que aún quedan
sirven de improvisado abrevadero.
Ya se acabó el verano;
la virgen y el santo a la iglesia han vuelto,
terminadas las fiestas.
De sus hijos y nietos, ya extranjeros,
se despide la sierra.
¿Marcharon los jóvenes con el viento?
Bajo el manzano de la vieja escuela
no hay ya niños ni juegos,
ni nadie que recoja
las manzanas del suelo.
Quizá un tractor recorra la ladera
del calvario y en la val suene el eco
del grito del pastor;
o tracen los vencejos
aún sus círculos sobre la plaza.
Sin embargo, bien lo saben los viejos,
ya se acabó el verano…
¡ya comienza el silencio!