Cae la tarde
arropando de bruma
los infinitos
que flotan en el aire;
y te extraño
y te anhelo
y te espero.
Se me apagan los absolutos
y me pierdo
en el bostezo del sol
que dormita ya
sobre un lecho de horizonte rojizo;
y te echo de menos
y te sueño
y te espero.
Me saluda la luna
con sus dedos de plata,
y me caigo
en el laberinto
de ruidos exquisitos
de la maquinaria de la noche,
que emerge
luego de la muerte
de un sol maravilloso;
y me haces falta
y te deseo
y desespero.
Y se agitan
los fantasmas
de los miedos
de las ansias
del destino;
palpitando
en el corazón
de la nada,
en las entrañas
de los sueños,
en la súplica
de la espera.
Y llegas . . .
con tu luz de otoño,
con tu lluvia de verano,
con tu vestido
de hojas pardas, amarillas y naranjas
que me encienden el invierno,
con tus besos:
de vainilla
de canela
de cocoa
de limón
de gengibre.