Sombras angulares al rayar el alba de mañana gris.
Sábanas calientes que abrazan mi piel.
La piel arropada en el blando manto de silencio
que te invita al sueño.
Y estreno mirada.
La mirada nueva, la mirada limpia
que atrapa la imagen muda del paisaje…
con ojos de invierno.
Y me echo a andar por los caminos,
silenciosamente fríos.
Ese frío agudo que corta mi cara y cuaja mis versos.
Soy la escarcha blanca
que cristaliza el vaho de los amaneceres.
El chorro claro de melancolía que cae de las nubes
e intenta encontrarme.
Y me sumerjo
en el canto ancestral de la lluvia que derrama vida.
El sonoro canto que estremece el ramaje
de las frondas ocultas.
Me acuna, la dulce sinfonía del viento.
(Soy su nota discordante.)
Y recito letanías de imposibles mañanas.
Esa eterna canción que me cuenta
los azules secretos del agua
y me trae la paz anhelada.
Soy el beso suave y blanco de las nubes.
Y me vuelvo más tierna.
Y me vuelvo más dulce…
Y de repente…
me quedo atrapada en la nube más densa
en medio de la nada.
Y me vuelvo confusa. Y me vuelvo borrosa.
Desesperadamente honda en un pozo insondable
que rebosa silencio a ras de la tierra.
Y soy mi feroz enemigo.
Me fundo con el chopo desnudo en simbiosis perfecta…
Son mis pies
sus añosas raíces
que se hunden y agarran con fuerza
el sagrado y cobrizo corazón de la tierra.
Mi cabeza, su copa orgullosa,
que asciende hacia el cielo cada vez más libre,
cada vez más alto…
inspirando fuerte,
absorbiendo brisas,
aflojando el nudo de mis pensamientos.
(Arriba y abajo. Dos polos opuestos.)
Soy febrero voluble y cambiante.
Enfrentada siempre al capricho de los vientos.
Esa alondra que pasa
y con trinos dibuja sus versos
en el cielo de la tarde,
curiosa de todo, aprendiz de todo,
invocando a la diosa de la sabiduría.
Es mi amiga la yedra que cubre de verde
los muros cansados de mi espalda.
Mis ojos…
soledades abiertas, soledades cerradas.
Mi alma…un árbol que soporta apenas su nido vacío.
(Ya crecieron mis pájaros,
solos emigraron en los últimos otoños…)
Pero hay primavera temprana
en las flores nevadas
del almendro.
Y verde y oro en los naranjos
de mi cuerpo…
El viento se ha sentado en mis sembrados
y trigo joven aflora entre los surcos que labré.
Vuelo bajo con cielos nublados, ahuyentando miedos.
Y mi risa se escucha
en el inquieto revuelo de alegres palomas.
(Aún me quedan alas.)
Y renazco,
y me reconcilio con mi sombra.
Me devuelvo a la vida con la savia nueva del final del invierno.
Y me elevo en aquella voluta traviesa de humo
que se enreda en mi pelo.
Ese leve soplo que aviva el rescoldo
y da luz a mis ojos.
Y de nuevo…me transporto a la infancia, a la niña que fui
persiguiendo soles y pisando charcos. Recogiendo estrellas
de mar en su falda.
Y aquí sigo,
enmarañada en la vorágine de los días y sus noches.
En los ciclos vitales de las estaciones
cada vez más cortos…
Y, aunque esté en el Norte, mi brújula
(obstinada y terca)
siempre me señala el Sur.
Siempre ese cálido y luminoso Sur
que tiene… ausencias de la nieve.
No dejaré que mis días
los envuelva la monótona y sorda cadencia del viejo reloj.
Ni la incertidumbre de no saber cuándo
quedaré atrapada para siempre.
Tengo la esperanza blanca de esos días azules…
y del sol…
el sol claro y limpio de mi infancia.
Primavera vendrá.
Y en su manta de flores,
(perfumado de esencias)
tenderé al sol mi corazón mojado.
Y algún día me iré,
cuando caiga la noche,
con mis viejas alforjas repletas de versos.
Y partiré con el alba. Cuando nadie me vea…
En la noche helada…también hay estrellas.
(También
hay
estrellas…
en
la
noche
negra.)
Foto propia: Caminos serranos