¿Qué tal, cómo están? Acá chispea después de un copioso aguacero. Cuando llueve, el agua arrastra de la atmósfera la melancolía y la precipita en la memoria. Limpia la basura mental y deja los recuerdos necesarios, los pilares. Revolotean pensamientos golondrina , se nutren ríos secos del sentimiento. La sensibilidad, semilla brotando en el surco de las heridas. El alma aterida busca abrigarse del relámpago.
La lluvia sirve para amarrar abrazos, para agitar manos enredadera buscando en el viento la tapia que ha caído. Cauteriza un poco la aridez del dolor.
Dan ganas de ser aire para recuperar pureza y transparencia.
Dan ganas de ser tierra para sentir el cosquilleo de la vida cuando crece.
Dan ganas de ser mar para columpiar el vértigo de la vida en las nubes.
Cuando llueve, siempre hay una sensación de desprendimiento, remansos, oleaje de cosas aparentemente olvidadas. Y las palmeras tras la ventana parecen decirte acompasados adioses. Y parece que el aire llora, triste o feliz, pero viene a estrellar sus lágrimas en la ventana. Y si es así, las lágrimas se respetan o se disfrutan.
Pero mejor que sean de alegría. ¡Así que ánimo y vámonos a donde asustan!
«Cuando la lluvia cae, es el dios del agua que está limpiando»
Una lectura cautivadora por la pulcritud del argumento y la mixtura conceptual entre verso y prosa —maravilla por lo accesible y fluido que son sus caminos para alcanzar el éxtasis.
