Vinieron en la noche
a llorar por mí,
unos cuantos y no saben
que los estoy viendo.
Me lloro, he de llorarme,
incluso todos han de hacerlo y
la noche debe llorar como es debido.
¡Ay! todos afectados por el dolor,
con una espina clavada en el corazón,
lamentos prolongados,
todos heridos con mis heridas,
sentidos con esta muerte.
En el salón se expusieron
las llamas de muchos cirios y
calmaron la sed todas las bocas,
todas esas bocas que
sobre mí confluyen,
con miel o con amargura
o tal vez con la armonía
de los lirios de las coronas.
¡Ah! y las copas en las
cuales bebí la vida
son las mismas en que
ante mi muerte beben,
como en un jardín de bocas tóxicas
en donde se embriaga el alma y
los cuerpos permanecen humedecidos.
¡Y las manos que fueron sumergidas
alhajadas en el cajón,
todas tomaron después las mías y
acongojados ante mi cara.
Dirán de mí ustedes,
dirán de mí todos los míos:
¿Si estará muerto?
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