Tableteo siniestro.
Otro día más,
azotando las persianas
(del alma).
Viento lóbrego y espeso
sopla fuerte
por las calles y las plazas.
Ozono puro que contrae
los pulmones
y me asfixia
y me fatiga…
Solano.
Terrible viento, agazapado
detrás de las esquinas.
Al acecho.
Hay cenizas en el cielo.
Y en su rastro se dibuja
un reguero sombrío de locura
entre palmeras despeinadas
de avenidas polvorientas.
Ni un aullido de los perros.
Ni un trino de los pájaros.
Ni un sonido de los pasos.
Sólo su terrible silbo…
¡Sólo su silbo terrible!
Remolinos, tintineos
de la arena en los cristales
de mi cuerpo.
No hay nadie.
En estos extraños días
-extrañamente-
no hay nadie.
Estos días de trincheras
que mastican ansiedad,
desasosiego,
desazón y pesadumbre
y una árida inquietud
de sombra inerte.
-¿Muerte?-
Eolo.
Este dios mediterráneo
flagelante,
que revuelve el oleaje
y que sube, inclemente,
mis espesas mareas de la tarde.
(Marejada gris en mi cabeza…)
Viento maldito
que me arrastra,
que me empuja,
me vacía
y me devasta…
(Los ojos, de tierra y grava blanca)
Y no hay nadie por la calle,
tan sólo su gemido acelerado.
(Me repliego)
No hay tampoco nadie dentro…
¿Fuera? ¿Dentro?
Dos paisajes desolados.
Yermos.
Nadie…no hay nadie fuera.
Pero están llenas las calles,
todas llenas…
ocupadas por completo por el aire.
Y por dentro…
(Ya no me queda nada dentro)
Sólo viento…
Publicado en el anterior Poémame. 2019
Pintura: “Vento scomposto”. Roberto Re.