Septiembre roba el verde primaveral
y tiñe el espacio de sepia,
quedando las fotos más viejas.
Septiembre estigmatiza las hojas del parral
con hierro ígneo.
Septiembre promueve una lluvia estival
que al vinicultor somatiza.
Los racimos en las terrazas lucen hermosos,
pero hay que extender su vida y hacerlas vino.
Barriles de olvidos de años pasados,
reposan en el bodegón y saben avinagrados.
Septiembre y otoño agonizan de saudade.
Septiembre bajo el vitral de viñas
de la capilla septina, cantan en coro
la Marcha de la vendimia.
En septiembre, miles pepitas de uvas
iluminan el cielo y forman una constelación
que se observa en la estación del daño.
En septiembre podan la vid,
la vida y hacen morapios de la misma
forma tradicional y calidad.
Septiembre sin ti, pero con lluvia tinta y petricor.
Septiembre, séptimo y novenario.
En septiembre prosperan las casualidades
y el adivino previno lo divino.
El viñero le hacía el vino, el amor
y devino en soledad.
Agitaba las campanillas en flor
y el pámpano se abría
con tan solo pronunciar:
“ven di mía”.
Cada veintidós del mes nueve sonaba
Vinho verde en viña del mal.
Bajo las vides dicho cantautor escribía
descomponía, recolectaba,
descuartizaba, pisaba fuerte y cataba.
Entre septiembre y octubre
comienza la fiesta pagana.
El parahojas se escurría entre las cepas
y los rubíes se desprendían fácilmente.
Empezaba el baile en el lagar
y sus huellas extraían lo cruento.
Pisaban las uvas del tiempo,
separaban el mosto y todo lo monstruo.
Entre las parras se espera y el tiempo corre
las uvas pasas sirven para el estreñimiento;
pero el vino se añeja o quizá se fermente.
Desde ese bar de septiembre,
descorchaban el silencio, sin hacer ruido
y brindaban porque con la vendimia
vendría el vino:
al fin vendría.
28 de marzo de 2017
