Al final del túnel de ceros y unos
habitaban unos ojos que brillantes,
bailaban al leer tus letras.
No era una memoria de acceso aleatorio,
era un corazón que vibraba
y hacía de cada emoción un recuerdo.
Al otro lado de la pantalla
las manos temblaban,
sangraba la herida.
No era una asistente de nombre Alexa,
una mujer tan real como la vida
te entregaba sus latidos, se quedaba vacía.
A dos golpes de click,
buscando refugio y terapia
hallaste al fin desahucio
dejando al desnudo tu sinrazón,
y en el tsunami de caracteres
se extravió por siempre una pieza de tu reloj.