Jugar con las arañas
en las telarañas de la mente
y buscar con la linterna una puerta,
un pasadizo o siquiera un suelo.
No encontrar nada
y entregarse a las faenas
de pirañas lustrosas
que se comen los sesos
en sus aguas necias.
Un espacio enorme y vacío,
uno piensa que es insólito;
sus inexorables campos
se ocultan en la banalidad:
entonces, la mente se pudre
bajo las cadenas de la ignorancia.