Quisiera compartir los días pasados
Con el guardián de la barcaza del Lago Primigenio,
Cuyas aguas salinas, borboteantes o calmas,
Son el aliento del recién nacido.
Quisiera hinchar las páginas con anhelo fallido,
Enrojecer las márgenes con notas sanguinarias.
Una boca gigante invitándome a entrar
Sin advertencia en un sueño;
Me estremezco al pensar
En el tañir de la campana
Sobre el cauce de orina gargantuesca,
Bañándome el espíritu,
Abriéndome los ojos:
Nada más que el vacío que deja mancha
En el blanco cristal, un tintero volcado
Por el viento que no puede saciarse.
Vine para existir contra mi voluntad.
La coerción del hombre que somete a Dios
A la lujuria por su propio reflejo.
Y a contagiarme del deseo apremiante
De verme a los ojos
Como veo a las estrellas fugaces.
La serpiente de fuego
Se enrosca y desenrosca sin parar,
Sus colmillos azuzan sin parar
A los sentidos, los manda
A que busquen manantiales en las piedras.
El arcoiris es un puente colgante
Que desde las entrañas oscila y se quiebra,
Engañando los ojos a que lo vean de noche.
Hay una brisa insistente en el tránsito
Que dobla hasta a una voluntad de hierro.
Sus órdenes son crueles y acarician.
Hay un grano de arena en cada latido
Del órgano vital. Y en él la calidez de los desiertos.
Y pisamos un cúmulo de hielo
Ignorando por qué sufrimos.
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Los arcoíris son puentes tendidos a la imaginación —aplaudo tu poema—
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