Llega octubre a un mundo desangelado y negro, abriéndose paso a una distopía, que parecemos ignorar. Los ruiseñores y colorines, han perdido su vivienda, seguramente se vuelvan ocupas, en otro lugar, ya que no disponen de dinero para el alquiler de un nuevo nido. Napoleón, Bola de Nieve y Squealer han manejado bien sus hilos y nos han llevado a un mundo singular, donde las ardillas han tenido que emigrar a lugares más amables.
El otoño es ficticio, como ficticia es la sensación de sentirse protegido. El fuego es voraz y acaba por devorarlo todo, las ilusiones, las emociones, las creencias, las propiedades e incluso el amor y la amistad.
Empieza la nueva estación y en Lorca, hay gente que tiene la vivienda inhabitable todavía, en La Palma, hay gente viviendo en contenedores, en Valencia, hay personas que no han podido reconstruir su hogar.
Es agradable la sensación de espiritualidad que se percibe cuando todo amarillea y se siente la paz y el sosiego de los bosques, despidiéndose de sus hojas marchitas. Pero es triste sentir en lo más hondo de uno mismo, que todavía quedan muchas cosas por hacer.