Mi niña me pide le aclare una cosa…
se espina mi aliento por darle respuesta
pues flor es el verbo, cortarla mi apuesta:
le dije no es simple robar esa rosa.
En nada es un chiste, mi niña graciosa,
me dice que al diablo lo quiere entender,
su anhelo es mirarlo, saber de su ser,
así me lo exige la muy presuntuosa.
¿Y cómo decirle que es falsa ilusión,
qué sólo te miente jugando al monarca:
ridícula siempre resulta su marca,
y hacer que no existe su gran persuasión;
qué necio no admite que está en la prisión
y sella su jaula sintiéndose el centro?
¡Ciudad ya sitiada colapsa por dentro!,
mas él siempre insiste guardar su nación.
Defecto inherente, de todo vocablo,
a un ente le dijo negara lo eterno;
jugando al divino formó su gobierno,
venera el hereje tan sólo el retablo:
Luzbel con sus leyes deviene en el diablo…
¿Y cómo aclararle que pinta utopía,
pues mira que sabe cantar teología?
Mejor es mil veces el cuento de Pablo.
Por tanto decido pintarlo de rojo,
ponerle unos cuernos y un trinche en la mano,
y así cual carnero que imite al soprano:
tomando el camino que siempre ande cojo.
El ángel caído de nuevo es antojo,
también la esmeralda que suelta su frente,
que en grial fue labrada pues ese demente:
por tonto ha perdido de Shiva el gran ojo.