(Cuento)
Subí por detrás, fui el primero y quedaba un asiento vacío en el que me apresuré a sentarme. Llevábamos más de una hora de espera. El número de personas aglomeradas en la parada lo llenó de inmediato a empujones. Obstruidas por los que se resistían a no quedarse, gracias a los requerimientos a gritos del chofer, pudieron cerrarse las puertas y ponerse el ómnibus en marcha. Los apretujados pasajeros expelían en simbiosis vapor y olores…asfixiantes. Sería imposible narrar el barullo provocado por la situación, a la que se sumaba el intenso calor del mediodía. ¡Exasperante!
Un repentino frenazo, para colmo, exacerbó a todos. El que estaba a mi lado, despertó y abandonando su posición casi fetal, refunfuñó mientras deslizaba el dorso de la mano por el rostro…, cuya inenarrable mueca y no silente aspiración nasal… y olor etílico, me revolvió. Los dedos de su mano abierta los arrastro desde la frente a la barbilla, la apretó unos instantes e inclinándose, extrajo de una jaba que tenía entre sus pies una botella de ron de la que bebió su poco contenido de un tirón, carraspeó y sin soltarla, hizo tal estiramiento de brazos, hombros y cabeza que tuve que inclinarme a un lado para evitarlo.
—Peerdona, sssocio…, —dijo con voz gutural y prosiguió con mirada comba —p-ppero a-aanoche no dormí….
Yo lo miré de soslayo con el ceño fruncido, sin proponérmelo y noté que abrió desmesuradamente sus ojos y los achicó después, haciendo un mohín, como si adivinara mis pensamientos… El levantó y puso su dedo índice derecho delante de la nariz y sin abandonar la expresión descrita, lo movió de izquierda a derecha y viceversa, reiteradas veces, solo, con su mano cerrada, estática…, lo que me hizo sonreír, también involuntariamente, porque en realidad me sentía molesto, con ganas de desaparecer o que desapareciera él de mi lado.
—Nooo, no, no, no, no, no —hizo una pausa y continuó —Ríete, ríete, ríete, pero no te equivoques…—me apuntó con el dedo por unos segundos. Me puse serio…y saqué el pañuelo para secarme.
— ¡Que calor!, ¿Verdad? —dijo y se quedó en vano esperando mi respuesta.
—Que yo estoy borracho, es verdad; que huelo a ron, también es verdad; pero porque me veas sucio de ropas y mi aspecto desagrade, no quiere decir que yo sea un cochino…, un sucio. Eso tiene una explicación… ¡Y te voy a explicar…!
No puedo negar que sus últimas palabras despertaron mi curiosidad y me sentí inclinado a escucharlo.
—Te decía que anoche no dormí… ¿Te acuerdas?
Asentí con la cabeza, levemente
— ¡Bien! ¡Te explico! —Retomó el palique —Pensando en la vida, mi vida, y en el mundo, este mundo loco… Solo, me di unos tragos y me dieron muchas ganas de mear. Sí, de mear, siempre me pasa lo mismo, si tomo, meo, porque soy un ser humano… ¿No…? Pues bien, el problema era dónde mear, y me acordé del apeadero abandonado del tren, porque hace muchos años no pasa ninguno y fui para allá. Me estaba reventando de las ganas de orinar… ¿Ves que también hablo bonito…? Entré pene en mano, orinando, mirando para arriba y cuando miré para el piso… ¿¡Cóño, que es esto!? Me eché para atrás, se me cortaron las ganas de mear… ¿Tú me estás atendiendo? —Hizo una larga pausa, lo noté asustado, con sus ojos lagrimosos.
—Sí, claro. Te atiendo —le contesté mirándolo, ahora sí interesado en su relato etílico, pensando escucharía una ficción propia de borrachos. Noté que además de mí, quienes estaban de pie, cercanos a nuestro asiento próximo a la puerta y los sentados en el de atrás se esforzaban en oír la conversación.
El curioso personaje rozaba los cincuenta años, trigueño, bien pelado y lampiño.
—Eso es correcto. Es tener educación, No me equivoqué al confiar en ti. ¿Me explico?
—Así es… —le respondí.
—Te juro que yo no lo hice…. ¡Yo no fui! ¡Por mi madre que yo no fui!
—Pero explícate…
—Me eché pa·trá… Debo hablar bien… Me-eché-para-atrás. Y me dije: “A lo mejor no está muerto, y tengo que ayudarlo”. Porque los hombres tenemos que ayudarnos los unos a los otros. Y me acerqué de nuevo mirándolo bien, bien, bien —Hizo una larga pausa y uniendo los dedos índice y pulgar estiró la mano derecha hasta mi hombro, la detuvo en el aire y dijo —Con permiso… Tú no te vas a morir —me dio tres golpes seguidos en el hombro mientras agregaba —le hice así, tun-tun-tun diciéndole: Oye, oye tú, despierta, despierta, pero ni señales. Estaba… (Lo miré mejor) un poco hinchado, el lugar olía a mierda, lleno de basura y el tipo boca abajo, todo harapiento y sucio: ¡Estaba muerto! Entonces salí de ahí, vi a una rubia que estaba limpiando el portal de su casa, muy cerca del apeadero y le dije que llamara a la policía, que había un hombre muerto en la Estación, digo, en el apeadero… y me perdí de allí con la conciencia tranquila…Creí que ella no me hizo caso… Pero sí, porque desde lejos, me quedé observando…y más tarde vi carros de policía y unos agentes vestidos de blanco con maleticas y cámaras, seguro que médicos o peritos…— Y compungido, paró de hablar.
No te pongas así, le dije. Si tú no lo mataste no tienes que preocuparte. Una señora desde el asiento de atrás dijo que era cierto, que habían encontrado a un borracho empedernido muerto en el apeadero, que era una lástima cómo el alcohol destruía a las personas, que la familia y sobre todo la madre del difunto hacían malabares para sacarlo del vicio, pero sin resultados. Que lo bañaban, lo vestían y en pocas horas, junto a otros como él, se emborrachaba y aparecía tirado en cualquier acera o calle; que en varias ocasiones lo habían ingresado por ese motivo, le daban de alta y se repetían las escenas. Muchos predecían que moriría como murió, hasta la propia policía, que lo conocía bien. Dijo la mujer que, no obstante, seguían investigando, pero solo por rutina, que tomaron huellas del lugar y sus contornos.
Al escuchar detenidamente lo dicho por la mujer de marras, mi compañero de asiento se rascó la cabeza y lastimosamente expresó que por eso él estaba muy preocupado, porque él no era bruto y sabía que encontrarían sus huellas allí y que, siendo inocente, seguro que se lo llevarían preso, aunque como no era asesino lo soltarían después, que si los peritos investigaban bien llegarían a esa conclusión.
—Por eso no pude dormir anoche. Para que me diera sueño compré esta botella… ¿La ves? Ya está vacía. Cogí tremenda nota, no me fui para mi casa… ¿Dónde dormí? o mejor… ¿dónde no dormí? No lo sé…, tirado por ahí, como el muerto. Por eso estoy algo sucio, no tanto como él, porque yo soy limpio, yo soy aseado y nunca, nunca me había ocurrido esto. Ahora voy para mi casa. Me daré un baño, comeré y hoy no tomo más. Leeré un libro ¡Y a dormir!
—Leer es mejor que beber… No tomes más. ¿Te gusta la lectura? —le dije.
—Mucho… Además, soy ingeniero… ¡Un profesional!
— ¿Por qué la bebida?
—Primero perdí a mi madre, y me dolió; se murió mi esposa, y todavía me duele…. Pero lo que más me dolió y aún me duele son mis dos hijos… ¡Me abandonaron! Se fueron para el Norte y de mí ni se acuerdan, a pesar de haber sido un padre ejemplar e instilarles buena educación, valores y mucho amor… ¡Vivo acompañado solo de mis pensamientos…! Sé cuán dañino es el alcohol y pienso dejarlo. No se me hace fácil.
—Ojalá lo dejes. Me quedo en la próxima parada…—le dije y me estrechó la mano diciendo en alta voz:
—Tomar ron, sí, me gusta. Pero tengo un límite, aunque ayer me pasé por culpa del muerto, porque ya yo había parado de beber, solo que fui a mear…, perdón a orinar y ya sabes, ya lo saben… todos los que me escucharon. Fue un día aciago…, pero: ¡Yo no lo maté!
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Autor:
@Saltamontes
Género: Cuento
Fecha: 09/04/2019
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