Última carta a Dulcinea

Me voy durante un tiempo; quizá, para siempre. De cualquier manera, si quieres saber de mi, aquí siempre podrás encontrarme.

Mi amada Dulcinea:

Ha llegado el momento de partir hacia lo desconocido, es por esta razón, que esta carta será lo último que sepas de mi. Cuando sus letras sean selladas con el reseguir eterno de tus ambarinos ojos, yo ya estaré en marcha.
Han sido demasiados años bajo tu manto, prisionero del anhelo de los sueños e ilusiones que mi corazón alberga. Jamás podré olvidarte, y de tu recuerdo alimentaré mis firmes pasos, pues bien es sabido que te amé con vehemencia cegadora, encontrando tu reconfortante aliento en trascendentales momentos. Nunca pretendí hacerlo de esta manera, pues viejos quedaron los antaño encuentros fugaces y pasionales, como los amantes de ese pérfido dramaturgo inglés que osa compararse a mi creador. Sin embargo, fue la quimérica rutina lo que me encadenó a los temores que prometí combatir con ardor, cuando tan solo era un gallardo e idealista mancebo.
Es por este motivo, que he decidido dejarlo todo atrás y comenzar de cero. Contigo, dejo lo conocido de tus silencios, el confort de tu quietud, mis recuerdos más ligeros, y mi viejo jergón deshabitado.
Ya preparé a Rocinante para la partida. Él, también te echará de menos. Pronto nos pondremos en marcha, y una vez así sea, y esta carta sea enviada, ya no habrá posibilidad de vuelta atrás.

¡Oh Dulcinea, mi amada Dulcinea!

No debes estar triste, pues a pesar de mi ausencia, a tus ubicuos oídos, el viento conducirá las noticias de mis jornadas. Y bien lo sabes, mi amor, pues las inquietudes de esta soñadora alma las hemos hablado tantas veces, como suspiros despiden las estrellas que visten la desnudez confusa de la negra noche.
Necesito un cambio, salir de mi asfixiante y confortable cascarón. Necesito volar en busca de aventuras, y combatir los gigantes que ocultan el Sol que ha de guiarme. No será fácil, pues los deberes de lo inesperado, de lo desconocido, pueden convertirse en un escollo aterrador. Será en esos momentos, cuando la serenidad y la determinación deban actuar como un todo, sincronizadas en una bella danza, como la de ese hidalgo, que avanza decidido hacia su adversario lanza en ristre; sin un solo ápice de duda en su corazón.
No es que quiera hacerlo, es que debo hacerlo. Dejar de existir, para simplemente vivir. Sentir que mi pecho rebosa de pasión por la vida, por encontrar aventuras, y finalmente, hallar el camino correcto; ese camino, que me lleve a alcanzar mi destino en esta historia que es la vida. Así pues, ha llegado el final de esta carta.

¡Oh Dulcinea, mi amada Dulcinea!

No se si volveremos a encontrarnos de nuevo, solo Dios lo sabe. Solo sé, que si lo volvemos a hacer, yo ya no seré el mismo; y tú tampoco. Pero si eso llegara a ocurrir, solo te pido una cosa: Amémonos apasionadamente, y luego, déjame caminar de nuevo. No vuelvas a atraparme en tus atentos brazos. Prométemelo mi amor.

¡Oh Dulcinea, mi amada Dulcinea!

Ahora, debo despedirme con premura, pues antes del viaje, debo pedir consejo a mi querido Sancho. Pero antes, y para acabar esta despedida, quiero dejarte una última palabra que contenga toda nuestra libertad:

ADIOS.

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