Tus ojos

Mi destino era perderme en tus ojos, no había remedio.
Las maletas descansaban en el andén, a la espera de embarcarse en el viaje sin retorno que otros habían planeado.
Un murmullo cargado de miedos se mezclaba con el humo de la máquina de tren e impregnaba las finas ropas, que no alcanzaban a proteger del frío los corazones marcados con estrellas. Un frío más profundo que cualquier abismo.
Mis temblorosos pasos me llevaron a tu lado. Como yo, solo querías agazaparte en un rincón para no exponerte a quienes debían competir contigo por el aire viciado.

No vi tus ojos. Solo ese pelo cobrizo que los cubría. Y te seguí.
No sé por qué, pensé que estando cerca de ti estaría a salvo. Quizás porque, con tu soledad, te parecías a mi.

El sucio suelo nos acogió a ambos. Nuestros pies casi se rozaban y podía comparar tus raídos zapatos con los míos. No osaba levantar la mirada por miedo a espantarte y que huyeras de mi presencia. Me hice pequeña. Pensé que el pedazo de pan escondido en mi bolsa serviría para retenerte si era necesario y vencí los zarpazos del hambre en el estómago.
El silbido estridente anunció el rechinar del metal en los raíles y los vagones, que antaño albergaron a bestias de carga, iniciaron su camino hacia el infierno. Pero eso aún no lo sabía.

Imaginaba el final de ese viaje que debía llevarme con los míos. Nos lo habían prometido. El destino era un reencuentro en un campo de trabajo. Tú debías pensar en lo mismo. No sé quién te esperaba a ti, pero estoy segura que, quién fuera, te amaba.

La penumbra me dio valentía para recorrer tu silueta con la mirada. Vi tus piernas encogidas y tu propio abrazo envueltos en un traje de lana que otrora debía ser el de las grandes ocasiones. Tu gorra calada dejaba escapar tu pelo, que intuía rebelde y rizado. Pero aún no vi tu ojos.
Me acurruqué como tú, llevando la punta del pie cerca de ti para establecer aquel contacto que tanto necesitaba. Para conectarme a ti. Aguanté la respiración, esperando tu retirada. Pero te quedaste quieto.

Sonreí.

No sé cuanto tiempo pasó hasta que un rayo de sol que se colaba por una rendija impactó en tu rostro y me desveló mi destino. El verde de tus ojos se abrió ante mi como un río de aguas transparentes y me zambullí en ellos. De repente, desaparecieron los lamentos, el hedor y el frío. Nos elevamos a un plano superior donde había futuro y esperanza, donde éramos libres. Donde nos protegíamos.

Ya no hubo remedio para mi. Y ni siquiera sabía tu nombre.

Ahora que el gris cubre mi pelo –que no llegaste a ver– encuentro la voz para hablarte y para decirte que ese instante me ha mantenido viva.
Cuando el chirrido de las ruedas nos arrancó de nuestra ensoñación no tuvimos tiempo de nada. El horror que brotaba de las bocas de los oficiales se esparcía como una mancha de lodo y nos arrastraba en manada ululante fuera de los vagones.
Alargué las manos para agarrarme a ti, pero te me escabulliste, engullido por un ejército de almas. Mi único consuelo fue que no apartaste tu mirada de mi.
Desde entonces he podido contar centenares de días y sus noches, y aunque ya son muchos los que paso en un hogar cálido y confortable, no pasa ni uno solo que no me lleve de nuevo a los fríos barracones donde descubrí la maldad humana más estremecedora y donde no dejaba de preguntarme cuál habría sido tu destino.

Y, igual que entonces, me refugio en el recuerdo y en la calidez de aquel rayo de sol que me regaló tus ojos.

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Me has hecho recrear la escena en mi cabeza. Veía a esa pareja y todo el horror a su alrededor.
Excelente relato, Carme :hibiscus:.

Que bello poema