Oh, sol, no me mires con tus ojos blandos;
vas rodando entre pieles,
pero conmigo mueres,
abandonando tu pesado cuerpo en mis pulmones.
Me duele,
Cada beso que me das en los huesos,
cada palabra, triste o romántica,
que emana del jardín de tus labios.
Oh, sol de ojos rubios,
no me mires,
pues me matas tan paulatinamente
que el desmembramiento es eterno y,
¿acaso quieres enterrarme
entre montañas de arena
mientras sonrío entre las cuatro paredes
de la pulcritud de mi ataúd?
No me mires, no, no, no;
no quiero morirme buscando el algodón
de tus brazos de miel.
No me sonrías, no, no, no;
tus labios candentes asesinan tan profundos,
y no quiero caer entre acantilados de sales.
Oh, tú, sol, bella orquídea de campos celestiales;
tú me miras impasible,
yo te observo con los ojos llenos de amor.