—¿Quién eres tú, de entre los mortales? —preguntó Diomedes a Glauco.*
—¿Quién eres tú?
Entre todos.
….
—E ti de quen ves sendo?
Esa era la pregunta, marcando lugar y tiempo.
—¿Tú, de quién vienes siendo?
Una pregunta que alumbra con el frío y el resplandor del rayo.
….
—¿Por qué preguntas por mi linaje? —se extrañó Glauco.
….
Miras la cara de aquella mujer
que depositó la pregunta,
su voz;
suena la banda de música,
bailes, voces alegres celebran
la Fiesta de agosto
(un lunar de luz ilumina la escena).
….
—Como el linaje de las hojas, tal es también el de los humanos;
uno brota y otro se desvanece —dijo Glauco
….
—De una estirpe de mar y de tierra —respondes—
alquimistas, maestras, emigrantes,
gente de tierra, sanadores,
mujeres con la casa a sus espaldas,
hombres con sus ojos en el mar,
algunos trozos de locura,
secretos y leyendas,
niebla y luz.
….
No se oye la respuesta
(esa costumbre tuya de hablar hacia adentro).
….
Y un aire gélido esparce silencio
mientras los robles se miran
con guiños inquietos.
….
—De la hoja que quiebra sin llegar al suelo,
la mitad de dos —responden, en voz baja,
quienes te acompañan.
….
—La mitad que salvó el bosque,
la que no se fue con el otoño
(o solo una parte) —responde el viento.
….
—¿Y tú de quién eres?
Sigue la voz en tus oídos.
….
Las preguntas se suceden
como fichas de dominó sin equilibrio.
Entre ellas, de forma insistente:
—¿por qué me acompaña esta sombra?
….
Cambiaría mis armas de oro
por otras de bronce.
Por cesar el oscuro brillo del rayo.
Por cerrar la caída.
(Aunque acepte el engaño de un Dios).
….
Simplemente saber quién pregunta.
….
….
- Ilíada, Canto VI.