Tu cumpleaños

Ayer fue un buen día
porque, por fin,
olvidé tu cumpleaños.

Porque no pasé la tarde,
móvil en mano,
pensando si llamarte o no,
si serías amable,
me preguntarías cómo me va
o, por el contrario,
te mostrarías lacónico y distante,
haciéndome ver,
como ya hiciste tantas veces
que ni siquiera te importaba.

Olvidé que tengo tu número memorizado
ahí, escondido para siempre
en un pequeño hueco de mi memoria,
ese lugar que me mortifica
recordándome que,
en esta vida moderna,
la presencia de otra persona
se reduce tan solo a una cantidad
de nueve dígitos aleatorios.

No te envié ningún mensaje,
no borré ninguno después de enviártelo,
ni envié nada del tipo:
“Feliz cumpleaños cabrón de mierda”.

No metí el móvil en un cajón,
dejando a posta un mensaje olvidado,
que te había enviado, ya sabes,
como sin querer,
como por efecto de un recuerdo repentino,
así como por casualidad,
porque lo tenía apuntado en el calendario
o me había saltado una alarma en ese Facebook
en el que, a veces estás bloqueado, a veces no.

No me pregunté porque era yo la que tenía que sufrir,
por qué yo no soy lo suficiente para ti
por qué en tus redes sociales pareces tan feliz
ella tiene los pechos más firmes
pero es imposible que la chupe mejor que yo,
que no puede ser, es imposible,
porque yo le saco diez años de experiencia.

Ayer decidí no imprimir alguna de vuestras fotos,
para romperla, apuntar con mis dardos o quemarla.
Los dos de vacaciones en algún lugar tranquilo,
disfrutando como en un anuncio de Coca Cola
tan sonrientes, tan agarrados,
protagonistas de un anuncio
sobre lo increíble que es estar enamorado.

Y yo, sí, ayer fue un buen día,
porque me olvidé de ti,
salí con mis amigas y me lo pasé genial,
me bebí más de la mitad de las bodegas de La Rioja
hasta que pasó la madrugada y llegué a casa
y no pude evitar volver a pensar en ti
y entonces volví a mirar el móvil una y otra vez,
y, al final, no pude evitarlo,
en fin, te dije: “Feliz cumpleaños, disculpa el retraso”

Y tú contestaste: “Gracias”.
Intenté continuar con la conversación,
preguntándote qué tal te iba,
dijiste: “Bien”
y, pensé que, en fin, soy gilipollas.

De verdad que lo soy.

4 Me gusta