Tu cuerpo no es de este mundo.
Tu cuerpo es de algodón de azúcar
y mis manos son diabéticas. Tu cuerpo
en los afiches de los edificios
y yo en la calle haciéndome pequeño.
Tu cuerpo, encarnación de la lujuria,
doblando las farolas al pasar,
arrancando adoquines con dulzura.
Tu cuerpo, que hace temblar la tierra
mientras a mí, al contemplarlo, se me agita el corazón.
Delirio de la luz y aclamación del viento
de electrizante carne consagrada,
sin más pudor que la verdad desnuda.
Invocación del sueño y llamado de la selva.
Sustancia donde el fuego se hace agua en la boca.
Tan nómade y tan vivo como vilano al viento.
Lugar donde se encuentran mis deseos con los tuyos
cuando de noche somos
un latido de luz entre las sombras.
Tu cuerpo, que insinúa en sus escotes
la eternidad del beso, los abismos del placer.
Tu cuerpo por donde fluye el tiempo sin sobornos,
donde en la piel se palpan sinfonías.
Tu cuerpo aquí, tras un cendal de asombros,
como caído del cielo o de la noche inmensa.