Transformarse es ser otro…
Es la fortaleza , la severidad y la robustez con la que late la intensidad, la que define su onda expansiva, su vibración, que una vez más, es fiel reflejo de nuestro carácter genital frente al mundo.
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Es que siento el profundo toque, o quizá deba decir, el touché de nuestra existencia que hace mella en la carne, infligiendo la devoración que esconde lo relacional, su vigor, sus colmillos afilados y excitantes… que puede ser por efecto del otro o propiamente mío.
O tal vez deba desdecirme, y en realidad, da igual… Porque nos guste o no siempre es en el campo de lo compartido, de lo relacional, de lo flagrante, que puedo devenir imperceptible… y es que para ello siempre se requiere agenciamiento, otro al que enganchar el motor, la máquina, mi poderosa potencia sexual, que no encuentra diferencia con la potencia de actuar.
Otra vez, de ahí el carácter concreto de la máquina. Ella busca y ha buscado siempre, su más delicioso acabamiento aún a precio de estropearse.
La máquina así definida es: sexual, erótica, sensitiva. Le agrada funcionar… La máquina no quiere quedarse con las ganas, ella ¡es¡ actuante, concretista, es un manos a la obra, un puro deseo de actuar.
De modo que voy siendo otro que no soy, y todo ello sucede minúsculamente, sin que pueda advertirlo. Porque en mí el devenir tiene un paso acompasado, relacional y lento, sensual e íntimo, es decir, con pies de gato, en el que el cuerpo asume, consume los pasos del animal animándose a tener un andar felino que de continuo y moviendo su sinuosa cola, no deja de hacer, de ronronear: Prrrrrr…. Y de decir, de maullar: Miauu… Miauu