Quienes piensan más
en sí mismos
que en los demás
acaban solos.
Crean un intrincado rito
para no ser tocados,
porque temen ser humanos
y conmoverse.
Y se suben a una torre
de cristal.
“¿Eso es una arruga?”
y señalo al entrecejo,
yo, el dios lleno de cicatrices
y me río burlón
de su turbación.
Y esa piedra basta
para desmoronar la torre.
Es mejor ser amado,
oh, mil veces mejor
que las alturas frías
de la torre.