Mis ojos no buscan al mar,
no miran las olas
más allá de la muerte.
Nadan entre tanto peso,
entre tanta demencia
y se ahogan en el caos
cíclico del subsuelo.
Cuánta maldad
llena sus pesares;
cuánto inminente dolor,
sentimientos apresados
de pies a cabeza
que vomitan las dolencias
adheridas al interior de la carne.
Mis ojos no buscan al alba;
la aurora muerta me humedece,
sus rosados dedos
palpitan mi sufrimiento
como el juego,
como la harina,
como el cristal quebrantado
al despertarme del sueño
y obligarme a vivir su monotonía,
obligarme a caminar
bajo la eterna tormenta.