Divino deseo me sostiene,
dolor perdurable que toca al unísono
las trompetas de la soledad:
solamente me queda
esta melancolía infinita.
La mente da vueltas
en lo hondo del plato de la muerte,
ante un ser invencible y perpetuo
que abraza mis llagas
con sus garras jadeantes.
¡Tanta agonía! ¡Tanta!
Las noches sempiternas
iluminan la crudeza de la verdad;
uno se agarra de la almohada
esperando ahogarse
de las sagradas aguas
que no salen de los ojos.
El alba nunca aparece.