La recoleta cala techada de estrellas lo vio partir de madrugada. Salpicaban pequeñas olas de crestas plateadas en el casco del bote que comenzó a deslizarse suavemente sobre un mar de tinta. La oscuridad tenía palabras sin rostro, figuras imprecisas que se apretujaban unas contra otras mientras la barcaza, empujada desde la orilla iniciaba el sigiloso viaje.
La calmosa negrura almizclada con la emoción y el miedo lo despedían. Atrás quedaban las luces de la ciudad tragadas por el negro silencio y un hogar al que, seguramente, no retornaría más para volver a jugar por sus encaladas callejuelas, esas que lo verían crecer.
La patera avanzó rumbo hacia la frontera donde dicen que los sueños son posibles, en tanto que el monótono traqueteo de la navegación le hizo bajar los párpados y dormir arropado por el calor de un pecho maternal.
Al primer rayo del alba abrió sus grandes ojos y contempló con inocencia y temor el fatigado semblante de sus acompañantes de singladura. Un aire fresco y salino lo espabiló en mitad de un inmenso azul rodeándolo por todos lados.
Al desembarcar en aquel puerto extraño, saltó a tierra y desnortado corrió hasta un rincón. Najma, la niña rifeña que le había abrigado durante toda la travesía, gritó: ¡𝘔𝘦𝘴𝘩! ¡𝘔𝘦𝘴𝘩!
Una joven voluntaria fue tras el gatito arlequinado y se lo devolvió.
N. del A.- 𝘔𝘦𝘴𝘩, 𝘱𝘢𝘭𝘢𝘣𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘰𝘳𝘪𝘨𝘦𝘯 𝘣𝘦𝘳𝘦𝘣𝘦𝘳 (𝘵𝘢𝘮𝘢𝘻𝘪𝘨𝘩𝘵) 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 𝘨𝘢𝘵𝘰.