Ahí, en medio del estómago,
pesa el hueco de un adjetivo.
Hay un raro sabor a letras
dentro de tu boca;
una R se enreda entre tus dientes,
se te clava una I en el paladar.
Abruptas interjecciones remontan
a nado esófago arriba.
Náuseas gramaticales
preludian un vómito que se produce
con restos de ira.
¡Nunca más! —te dices—
volverás a comer ese menú.