Tiempo de silencio

Se me fue el tiempo. Ni siquiera me despedí de él. Antes de que pudiera darme cuenta, ya se había ido sin decir una sola palabra. Es posible que en ese momento estuviera distraído o quizá mi mente anduviese perdida en la nada, pero su marcha me pilló a traición, con el paso cambiado y el corazón a punto de dejar de latir.
Al principio no supe cómo reaccionar. Todo me resultó muy extraño. En realidad, tuve la impresión de que nada había sucedido, de que todo aquello solo era un breve intermedio que pronto tendría continuación. Pero a medida que se fueron sucediendo los minutos, las horas y los días, empecé a sentir un gélido vacío apoderándose poco a poco de mí. Noté como si el aire estuviera cargado de un delirio sofocante y el rumbo de mi vida hubiese girado hacia no se sabe dónde. Imaginé que nada sería ya como antes y que todos aquellos instantes que había vivido y compartido ya nunca más volverían. No lograba saber qué pasaría a partir de entonces ni puse el más mínimo empeño en saberlo. Simplemente me dejé llevar, como si una corriente invisible me arrastrara a un lugar incierto.
Durante aquel largo tiempo de silencio no sentí dolor, ni frío, ni desvelo, ni valor, ni miedo. No sentí odio, ni amor, ni locura, ni pasión. Simplemente no sentí. No era yo, o quizá sí; alguien o nadie; un grito mudo pendiendo de un hilo; una mirada ciega que no conseguía ver ni descifrar su propio entorno. No había preguntas ni respuestas; solo huellas viradas en sepia que retrataban un collage de sombras entornadas entre las que era imposible encontrar una huella que me condujera a algún sitio. Nada pasaba ni nada sabía de mí mismo, hasta que un día, de forma inesperada, un diminuto halo de luz se descolgó del techo de mi habitación. Miré hacia arriba, aspiré el poco aire que aún me quedaba, y lentamente comencé a descifrar el sórdido laberinto en el que había estado encerrado durante no se sabe cuánto.
No sé si fue alivio lo que sentí o una infinita tristeza por todo aquello que pudo ser y no fue. No sé si todo empezaba a recobrar el color perdido o si sería difícil que algún día se desvanecieran los oscuros fantasmas que habían teñido mi memoria. Traté de no mirar atrás, de no saber en qué momento se habían apagado las últimas luces de mi infancia y cuándo se encenderían del todo las primeras de mi juventud, sin que nada hubiera acaecido entre una y otra. Solo supe que hubo una vez un tiempo que se fue para no regresar jamás y que otro me esperaba a las puertas de mi vida para susurrarme que algo nuevo comenzaba, un destino lleno de temores y esperanzas, de dudas e interrogantes que aún tendría que resolver.

Texto incluido en mi libro «El alma desnuda. Relatos desafiando al tiempo» (2018)

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Muy buen relato, y se cuando es bueno porque me mantiene espectante de principio a fin. Saludos

Muchas gracias, Varimar. No sabes lo que agradezco tu comentario

Gracias a ti por ese gran relato, es el mejor regalo

Me ha encantado tu relato, compañero. Lo he leído como si fuera yo y me he identificado tanto!! En ese tramo de edad que tú tan bien reflejas, mi vida dio un vuelco y me dejó en un impasse…que luego superé.
Muy bien construido, te felicito.:clap::rose:
Abrazo.

( El título me recordó a la magnífica novela de Martín Santos)

Gracias, María, por tu precioso comentario. No sabes lo bien que hace sentirme. Y sí, es el mismo título que el de la maravillosa novela de Martín Santos, que tanto leí de jóven, justo en esa edad en la que uno se encuentra en silencio y al descubierto.

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