Tener la fiesta en paz con racistas

Cuando vi ‘El club del odio’, de Beth de Araújo, una de las películas más terroríficas de los últimos años, fui consciente de que todas las frases que repetían ese grupo de mujeres que se revelan rápidamente como fanáticas y violentas, llevo oyéndolas a menudo a mi alrededor y probablemente tú también. Algo muy preocupante, si te soy sincera.

Si son conocidos, compañeros de trabajo, es fácil reaccionar para pararlo. ¿Pero y si son parte de tu familia? Ay, las familias. AY.

Las que se quieren y se intentan llevar bien procuran no decir nada ofensivo a nadie. Van con cuidado, pensando antes de hablar, casi siempre, al menos. Procuran respetar las opiniones del resto. Procuran rebajar la tensión, en caso de producirse. Procuran dejar correr los comentarios faltones en pos de un bien mayor.

También ocurre con las amistades o con los conocidos a los que aprecias. Todo el mundo, entiéndeme, cualquier persona que no sea Larry david y su círculo, intenta “tener la fiesta en paz”.

El problema es ¿qué hacemos con quien lanza bulos racistas?

La recomendación general es “Déjalo estar, no vale la pena” y a veces creo que tienen razón. Sin embargo, cuando las personas no racistas, semana tras semana, no dicen nada a quien va sembrando de odio la sobremesa, en la que están niños y adolescentes, ¿qué les estamos enseñando exactamente? ¿Que ser racista es una opinión? ¿Que está bien ser racista? ¿Que deshumanizar a otras personas no es tan grave?

“La mayor parte de la población mundial ha vivido la experiencia de marcharse del lugar donde crecieron”, señala amnesty, “Algunas personas dejan su hogar para encontrar trabajo o poder estudiar. Otras se ven obligadas a huir de la persecución o de violaciones de derechos humanos como la tortura. Son millones las que huyen de conflictos armados o de otras crisis o de la violencia. Algunas ya no se sienten seguras y puede que se las persiga por el mero hecho de ser quienes son o por lo que hacen o por lo que creen; por ejemplo, por su etnia, religión, sexualidad u opiniones políticas”.

Millones de personas se ven obligadas a emigrar. Personas a las tratarán como a delincuentes. Personas a las que culparán de todo por ese miedo que inoculan cada día Ana Rosa, Susana o Iker. Muchas serán víctimas de trata. A muchas las agredirán por la calle. Y matarán. Solo porque son de una procedencia diferente o porque aunque hayan nacido en tu país, no tienen el color de piel o el idioma correcto.

Pienso cada vez más en la propaganda nazi y cómo abrió la senda al Holocausto judío. Pienso cada vez más en que las oleadas de odio empiezan con los bulos y acaban en agresiones y asesinatos.

Pero por algún motivo que se me escapa, nos preocupa mucho más tener buen rollo con alguien que se dedica a esparcir más odio contra esas personas, víctimas todas. Quizá porque en el fondo no creemos que dejarlo correr vaya a tener consecuencias nefastas. Quizá porque en el fondo creemos que el silencio también es una forma de luchar contra el racismo.

O quizá, y ese es mi mayor miedo, es porque en el fondo nos da igual.

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