Nada queda después del estío arrasador.
Las miradas agostadas
van sin rumbo,
del secarral al riachuelo seco.
Nada queda después del níveo tiempo.
Las manos congeladas
buscan calor en las hogueras exiguas
y en las chimeneas que solo humean rescoldos.
Nada queda después del temporal extremo.
Solo un mínimo brote que pugna por salir,
por recuperar la vida…