Atesoré en mis pupilas lo sagrado de un murmullo.
El cuerpo asexual de un número. Un cero amarillo.
Y fue entonces que fuiste lluvia de mediodía…
La edad en la cual copulan la raíz y la luna.
Te he amado tanto, porque tanto me fue la pureza
de tu advenimiento, como una estaca en la boca
de un silencio. Ya en tu alma, me volví aquel logos,
como una virgen azotada en su camita de azulejos…
Y eres en mi cuerpo de pan,
la simetría de mi primogénita,
la niña de la profecía. La cual, en su itinerario,
las golondrinas fueron aves, por vez primera…